Prólogo

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Salí de casa más temprano de costumbre, iba a ayudar a mi padre con su barco de pesca. Ya que recién había cumplido los veinticinco y hasta hora no había tenido un trabajo estable, decidí meterme a la pesca.

—Vamos hijo, espabila —me dijo mi padre con un tono gruñón.

—Sí, sí, ya voy —hablé con sueño.

Eran las cinco de la madrugada, apenas había desayunado. A tan temprana hora no podía ni ingerir una simple tostada. Anduvimos hasta el puerto, a unos quince minutos de nuestra casa.

A lo lejos, atado al muelle, había un pequeño barco, pintado de blanco con líneas azules. Era mi primera vez pescando, en cierto modo estaba algo nervioso. Subí a él con un poco de dificultad, era la primera vez que montaba en ese cacharro.

Me tuve que agarrar a lo primero que encontré para no caerme, ese trasto se movía demasiado.

—Venga, hijo, deja de jugar y prepárate que vamos a salir a mar. Te tendré que enseñar a usar la red, esperemos mínimo que sepas usar una caña —dijo en un tono burlón.

Ese tipo de comentarios me hacían sentir como un inútil.

—Claro que podré —contraataqué seguro.

Quería que mi padre se quitase aquella idea de que no servía para nada. Haría mi mejor esfuerzo por aprender. Lo iba a lograr.

—Bueno, basta de cháchara y pongámonos manos a la obra.

Se fue hacia la cabina, para manejar aquel armatoste hacia un poco más adentro del mar. Nada más empezar a arrancar, sentí como mi estómago se revolvía. Oí un ruido muy extraño y de repente el barco tomó impulso y salió disparado hacia mar adentro.

Era muy inestable, casi tanto como yo. No podía quedarme fijo en un mismo sitio, debido al movimiento de este estaba empezando a marearme. La pieza de fruta que había ingerido en el desayuno subia por mi estómago lentamente. Me empecé a encontrar fatal.

—¿Sientes el viento salado hijo? —inspiró fuertemente—. No hay nada mejor que esto para despejarte de todo, ¿verdad?

—C-Claro papá —contesté como pude.

Intenté mantenerme estable por muy difícil que fuera, debía demostrarle a mi padre que podía con esto. Necesitaba controlar la situación. Pero de pronto frenó en seco.

—Bien, esta es una buena zona —salió de la cabina, como si la inestabilidad no le afectase—. Hijo, ¿estás bien?

—P-Perfectamente —intenté sonar seguro.

—No tienes buena cara —siguió insistiendo.

—He dicho que estoy bien —terminé aquella conversación.

—Bueno, si tú lo dices, habrá que creerte.

Entonces se agachó, y abrió una larga caja de color rojo con la tapa blanca. De ahí saco dos cañas grandes de pescar, apesar de que había un montón, pero no sabia identificar si era diferentes tipos. Me ofreció una, la cual yo tomé.

Él cerro aquella caja y se puso en pie. Volvió a al cabina y trajo un tarro de metal. No sabía que había dentro, y una parte de mí decía que no me iba a gustar. Cuando lo abrió, sentí mi desayuno quedarse en mi garganta; eran gusanos vivos.

—Coge uno —ofreció.

Con algo de asco, agarré el primer bichejo que pude. Ver como se movía me daba repelús. Pero tuve que guardarme el instinto de lanzarlo al aire y gritar para mis adentros.

Strangers Again;; SongKimDonde viven las historias. Descúbrelo ahora