Capítulo 45

1.3K 95 27
                                    


Ya llevaba un par de semanas trabajando como traductora de la empresa y no podía estar más feliz. Júlia y yo hacíamos un muy buen equipo traduciendo los documentos oficiales que permitía a la empresa mantener los contactos y negocios con casi todo el mundo. Era una parte bastante aburrida, no voy a mentir, pero me encantaba tal y como llevábamos nuestro trabajo. También he de decir que echaba bastante de menos trabajar con Miriam y Agoney por nuestros piques, nuestras comunicaciones a través de miradas y sin palabras... Pero sabía que terminaría igual con Júlia y que esta sensación de poca complicidad se debía a que aún no nos conocíamos muy bien, pero que terminaría pronto en cambiar a mejor. También teníamos reuniones y estaba en contacto con personas de otros lugares del mundo para que nuestros artistas tuvieran oportunidades de triunfo fuera de nuestro país, haciendo que conociera de forma indirecta cómo era la forma de trabajo que tenían en el país con el que estuviera hablando en el momento.

La verdad es que no me podía quejar para nada. Todo iba bien tanto en el trabajo como en casa... Ay, Alfred. Desde que tuvo el accidente con el coche estaba de lo más edulcorado conmigo. Aprovechaba cualquier momento para darme besos, abrazos y cuando no nos veíamos me enviaba trozos de canciones compuestas por él cuya principal protagonista era yo sin siquiera tener que nombrarme. Y a pesar que a veces me daban ganas de esconderme de la vergüenza que me daba de tener el foco protagonista en mí, nunca negaré que no me encantase que la manera de recordarme que él sentía lo mismo que yo era a través de la música y de esa manera tan poética; diciéndome todo a través de cuatro palabras escogidas concienzudamente. Yo, a cambio, aunque me costaba mucho mostrarme, le correspondía en cada beso, abrazo o canción con cualquier tipo de contacto físico en cuanto nos veíamos o con pequeñas notas que con cuatro palabras no escogidas tan a consciencia, conseguía plasmar qué era lo que sentía en el momento.

Sin duda alguna, no me podía quejar. Aitana, a pesar de estar con Quim que no vivía también, cada vez que hablaba con ella sobre lo que yo estaba viviendo con mi pareja (cualquier detalle insignificante que hacía que llevase una sonrisa en la boca durante el resto del día), siempre me miraba con esa cara de tonta y de «te dije que tu historia parecía de libro y tú no me creíste». Nota mental: hacer más caso a Aitana y su superpoder de visión.

Todo iba bien... Hasta la primera semana de diciembre. Cuando todo se truncó; cuando la vida nos volvió a poner la zancadilla y ver hasta dónde éramos capaces de aguantar.

Ese martes empezó normal. Llego al despacho, saludo a Júlia, ella me saluda mientras saca sus cosas del bolso (al igual que yo) y nos sentamos a trabajar. Todo el día sin parar, preparando el papeleo para unas reuniones con unos señores de Canadá y casi sin comer apenas. Justo cuando Júlia me decía que se marchaba a casa, llegó Martí. Jamás lo había visto así en todo el tiempo que yo llevaba conociéndole: cara palidísima, ojos algo rojos y diría que llorosos esquivando todo contacto visual conmigo.

- Amaia, ven conmigo – dijo en un susurro entrecortado apenas audible. Parecía que había llorado o, al menos, había estado evitándolo a toda costa.

- ¿Cómo? – respondí ante la petición al no haberla entendido bien.

- Amaia, por favor – dijo algo más alto, y entendiendo que debía ir tras él con cualquier cosa que debiera decirme.

Tras acribillarle a preguntas de si había pasado algo a alguien (Alfred, Agoney o su padre) y recibir un seco «Por favor, no hagas esto más difícil», entendí que debía callarme y seguimos el camino hasta el despacho del Señor Rodríguez. Sí, el cabronazo, como solía llamarle Alfred.

Sin embargo, antes de entrar y enfrentarme a cualquier cosa que allí fuera a ocurrir, Martí me cogió del brazo y me abrazó sin motivo aparente. Un «Siento mucho esto. Lo siento de veras.» mientras sentía una lágrima caer en mi cuello. No entendía nada, aunque en mi cabeza iba formándose una pequeña imagen de lo que podía estar ocurriendo.

Cuéntame el Cuento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora