¿Qué es el amor, si no más que una burda batalla sin más resultado que una continua cadena de decepciones y sacrificios que acaban rompiendo sueños que alguna vez llegaste a valorar?
¿Qué es el amor, si no más que el dulce vaho que envuelve la lujuria de la tentación y el próximo deseo?
El amor son innecesarias penurias que rompen tu corazón en mil pedazos y luego lo unen mediante falsas y baratas promesas de amor incondicional. Desde luego, el amor incondicional termina siendo el más condicional.
El amor es acabar con la almohada húmeda, soñando sobre lo que anhelas desde la distancia aún sabiendo que es una rosa que sólo te dañará al intentar cogerla.
El amor es acostarse en la cama sin más que pensamiento que el de aquella persona, una dulce melodía que termina por un canto mortecino que murmura los dolores de tus no correspondidos sentimientos.
Al final el amor se resume en tener que seguir adelante, enfrentándote a cada mazazo con estoicismo y tener la falsa ilusión de que el próximo podrá hacerte sentir bien.
El concepto que tan bien nos pintaban en la infancia no resulta ser más que un regalo condicional en el que la vida entrega a unos pocos afortunados o desafortunados.
Desgraciadamente, a veces ese amor entregado no es equitativamente.
¿De qué sirve conlleva toda la pasión de la relación, si eso conlleva estar al tanto de que el otro no tiene ni un mero atisbo de aquel fuego pasional por ti? Al final solamente acaba siendo una lenta tortura dónde rompes a cuánto más desees al otro.
Al final, el amor es una de las herramientas más poderosas que sirven para destruir el corazón de muchos y construir el de otros mediante piezas robadas de los que fueron una vez descorazonados.
Te enfrentes a él o recibas todas sus balas por desidia, estás destinado a acabar partido en aquella carnicería monstruosa.