Capítulo 5: La Segunda Verdad

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La segunda verdad en la vida era que si uno no pertenecía a la corriente, el agua intentaría ahogarlo hasta que su voz se perdiera en las profundidades. Recordaba haber aprendido eso de uno de mis primeros amos, cuyo nombre sonaba a una tos seca. No recuerdo del todo bien aquella época, así que me gustaba recordarlo como Akrya. Así es como creo que suena la tos seca.

Akrya era un hombre cruel y cascarrabias que nos utilizaba como mano de obra para sus plantaciones de Rela. La Rela solo crece correctamente bajo el agua a una profundidad que va desde una vara a dos, y a temperaturas cercanas a la congelación. Así que nos pasábamos el día sumergidos en agua helada, y cuando no cumpliamos con nuestro cometido, nos golpeaba y nos obligaba a meter la cabeza en el agua hasta que dejáramos de zarandearnos en busca de aire. La gente solía renovarse con facilidad, y nunca nadie preguntó a dónde iban los que desaparecían.

Era un hombre cruel, Akrya el Relador, y siempre nos repetía que si no estábamos dispuestos a seguir la corriente y obedecer, aquel agua helada que nos mantenía vivos y ocupados cada día sería también lo que nos diera la verdadera libertad. Un día cuando despertamos el agua estaba congelada por completo, y eso animó a todos a unirse contra el amo. Yo aproveché el golpe del resto de esclavos para huir de ahí.

Akrya nos pegaba cuando desobedecíamos con su bastón, y luego nos pisaba la cabeza bajo el agua, para que no cometieramos una segunda vez otro error como aquel. No éramos parte de la corriente, y por tanto, nos ahogaríamos.

Por muy horrible que hubiera sido mi infancia, el paso del tiempo hacía que las enseñanzas que todos aquellos esclavistas habían grabado en mis cicatrices se volvieran más difíciles de rechazar.

Después de diez soles, mi vida parecía haber comenzado a seguir una rutina. Por la mañana me despertaba con los primeros rayos del sol y desayunaba con el profesor, y seguramente con Abane. La amiga del profesor siempre cocinaba para nosotros, ya fuera en el mismo momento o la noche anterior.

—¿Entonces cómo come Carol?—pregunté al tercer día.

—Le dejo la comida en la puerta—contestó la mujer, sin mirarme a los ojos, y ella siempre miraba a la gente a los ojos cuando les hablaba.

Abane también tenía la costumbre de acariciar la espalda de alguien cuando veía que se encontraba mal. Lo cual significaba que acariciaba todo el rato al profesor. Conforme yo comía más, recuperaba fuerzas, pero él parecía cada día más cansado.

Al quinto día, el profesor me pidió que si podía hacerme cargo de alimentar a los caballos por la mañana, así que eso hice. Igual que hasta ese momento, Tempestad y Tifón mantuvieron firme su actitud hacia mi. Tempestad era una yegua cariñosa, y Tifón solo dejaba que me acercara para poder darme otra coz.

Las clases avanzaron y en poco tiempo me uní con bastante naturalidad al ambiente estudiantil de los ricos. Seguimos aprendiendo sobre los reinos vecinos, sus culturas, y hasta el profesor nos mandó un pequeño trabajo de investigación sobre los Guardianes del Borde.

Por las noches seguí subiendo al tejado del edificio azul, y pasé las noches intentando hablar con Carol. No conseguí mucho de ella, más allá de despertar un poco su curiosidad con mis historias sobre los cuentos que había oído cuando había estado en el norte. Estaba bien tener su atención, pero no creía que el interés fuera a durar eternamente. Necesitaba un nuevo plan, y mis ideas destacaban por su ausencia. Nunca había estado en una situación similar. Como esclavo solo se esperaba de mí trabajos físicos. Los problemas emocionales eran algo totalmente nuevo a lo que no sabía como hacerle frente.

Era el onceavo sol, y estábamos ya sentados en clase. Como era costumbre, todo el mundo hablaba con Bianca conforme la veían sentada con total tranquilidad. Todos la adoraban, y era fácil ver el porqué. Y no, no era algo tan simple como su belleza, sus mejillas rosadas, su piel clara, sus ojos grises o su pelo oscuro. Era una chica preciosa, pero eso no bastaba para el círculo de personas que tenía siempre alrededor. No se trataba de simple admiración, era algo más profundo y peligroso.

Cadenas de LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora