Capítulo 11: La capilla interior

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A pesar de que todos notábamos al profesor más cansado, Klaus Henryther se negaba a que eso perturbara las clases. El dia de Santo Yina, nos contó todo lo bien que supo la larga historia del humilde hombre que había pasado a ser leyenda.

Como la academia era a su vez monasterio y residencia de la familia de Bianca, ella se ausentó desde primera hora para prepararlo todo. La clase se vio obligada a participar en una misa organizada en la capilla del interior, en honor a la festividad que se celebraba en nombre del santo.

Cyrus contemplaba todos los detalles que nos encontrábamos mientras nos llevaban por partes de la catedral prohibidas para los alumnos, asombrado. Había grandes murales de Noramai, el dios de la luz, con su gran arco abatiendo bestias, sanando con sus milagrosas manos a su afligida hija y diosa de la tierra Achilina, y con su mujer Satalea, diosa de la oscuridad, siempre de espaldas a él, casi pasando desapercibida. Había también esculturas de ángeles y otros motivos religiosos que recordaban al sol en los arcos y pilares de los largos pasillos.

Gao, para mi sorpresa, había decidido esconderse entre los pliegues de mi ropa, y mantenerse callado durante todo aquel sol. Era un dia sagrado, al fin y al cabo. Los ruidosos chicos de clase también se comportaban, recordandome a corderos inofensivos que iban donde les marcaba el pastor que era nuestro profesor.

Dicho esto, el profesor no estaba especialmente solemne. Su ropa estaba arrugada, se había olvidado sus anteojos de plata en casa, y caminaba con una leve cojera.

—Aquí me despido de vosotros. Nos veremos mañana —anunció al llegar a unas grandes puertas de madera negra. Se marchó con la cabeza baja, y antes de que pudiera intentar ir detrás de él, las puertas se abrieron.

Pasamos a una gran capilla, con más murales en el techo como los que habíamos visto, unos bancos dispuestos en U, y un pequeño altar donde esperaba un hombre ataviado con ropajes religiosos, con dos mujeres a su lado, en preciosos vestidos blancos.

Una de ellas era Bianca. Según Cyrus, las otras personas debían ser sus padres. Tenía sentido que vivieran allí si pertenecían al clero de la fe que se procesaba, y eso también explicaba el entusiasmo de Bianca por los temas religiosos, dado que acabaría dedicando su vida a ellos como parte del oficio familiar.

Nos sentamos en los bancos junto a muchos más nobles más entrados en edad, seguramente todos parientes de mis compañeros de clase, y escuchamos los discursos y rezos de la familia de Bianca.

«Un hombre temible, Yina»—me dijo Gao. Como siempre, parecía que solo eramos capaces de oirle Carol y yo, y para variar la hija del profesor seguía encerrada en el desvan de la granja azul.

«Se encerró durante trescientas lunas en una cueva, sin alimento alguno. Veinticinco edades aislado del mundo. Volvió como un ser ajeno al mundo del que provenía. Él creó el Arte Espiritual, el poder del Alma. Podía partir montañas con los puños y soportar la embestida de un dragón anciano, crear fuego y rayos alterando el mundo a su alrededor, y sentir cada una de las gotas que tocaban el suelo en una lluvia matinal. Ni siquiera necesitaba dormir, ni alimentarse».

Eso decían las leyendas que nos habían contado de él. El poderoso primer maestro del alma.

«Y usó su poder para el bien, como un idiota. Protegió a los civilizados de grandes amenazas que el primigenio caos, Arkaz, les presentó. Incluso luchó juntó a Sefed el Frío, pero a diferencia de éste, se negó a aceptar el regalo de la inmortilidad que le ofrecieron los dioses. Como humano nació y como humano murió, con casi trescientos años de edad».

Eran sus bondadosas hazañas las que habían convertido al hombre en santo. Su bondad había hecho que se celebrara el aniversario de su muerte cada doce lunas, no el mero hecho de haber dominado su espíritu como un arma. De eso hablaban los padres de Bianca, pero yo no escuchaba. Lo que aqui decian de él lo había oído en el norte, a pesar de los latigazos que nos dieron por holgazanear con cuentos infantiles.

Pero el alma no era un cuento. Yo lo sabía. Sabía que las llamas negras que seguía viendo en mis pesadillas provenían del poder de los civilizados, y no de los dioses y de su magia. Éramos capaces de atrocidades sin necesidad de ayuda divina.

En su lugar yo miraba a Bianca. Se había pintado sutilmente los ojos, de un leve tono rojizo, que acentuaba más su blanca piel. Era como una de las musas de los murales, el tipo de ser cuya belleza era capaz de atraer a los ángeles.

Ella me miró y yo desvié la mirada rápidamente, fijandome que en uno de los extremos de la sala había unas rejas negras tapando una entrada de piedra con escaleras que descendían. Dí un golpe con el pie a Cyrus para que mirara hacia allá y me hizo un gesto pidiendo silencio.

Ya al atardecer, con todos regresando, Cyrus se disculpó.

—Hablar de esto rodeados de tanto noble entrometido no me parecía buena idea.

Tenía la sensación de que los que iban a entrometerse en los asuntos de los nobles íbamos a ser nosotros, y Cyrus suspiró al leer mi expresión sin problema.

—Los lugares sagrados cuentan con textos sagrados. Normalmente se encuentran salvaguardados en catacumbas en las que se rumorea que esconden partes del cuerpo de antiguos santos.

—Tenemos que ir —aseguré sin dudar.

—Es peligroso. Seguramente ilegal.

—Pero necesitamos las respuestas a los símbolos arcanos. ¿Qué mejor lugar para buscar que los textos sagrados de la catedral que los contiene?

—¿Y cómo se supone que vamos a llegar hasta allí de noche? Hay guardias en todas las entradas.

Sentí a Gao revolverse entre mis bolsillos en busca de bellotas.

—Pensaré en algo. ¿Quedamos aquí a medianoche?

Cyrus asintió, confiando en mí al acceder. No tenía claro que lo hubiera hecho si le contaba que mi plan para colarnos dependía de una ardilla mágica que quería destruir el mundo.

Cadenas de LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora