Yo que acostumbraba, debajo de la oscuridad lunar, a admirar la belleza de tu rostro y dulzura de tu voz, caer rendido compartiéndote palabras, poco antes de que el sol imponente tomara posesión de su reino, para después despedirte un instante, tu cansancio justificaba mi pasajera soledad. Solo podía verte con el cielo nocturno.
Y un día, Morfeo actuó imprevisiblemente, mis brazos fueron almohadas y cimientos para tus sueños por unas horas; me mantuve, no sé cómo lo logré, despierto, protegiendo tu descanso. Entonces, comenzó el tibio calor de la mañana, una nueva perspectiva para amarte se me estaba develando, amaneció en tu rostro; conmocionado, quería convencerme de que no eras tú, pero en ese ahora, en el segundo atrás, en esa misma noche, y en las de hace ya tantos ayeres, eras y serás por siempre tú, simplemente, como la luna que nos acompañó, me mostrabas tu mejor perfil.
©Alexander Zante
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Filosofía poética
PoesieUn poco de prosa y unos cuantos versos, retazos de poemas que no lograron serlo