Parte 1 Sin Título

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— "Me entrego a ti, como Rey y como hombre, entrego mi espada y mi corona para protegerte y amarte, en esta vida y en todas las venideras, desde ahora y para siempre."

El silencio retumbó en toda la sala durante un minuto que parecía ser eterno. Agachando la mirada ella pronunció sus votos

- "Me entrego a ti como Reina y mujer, entrego mi dote y mi corona para cuidarte y amarte, en esta vida y en todas las venideras, desde ahora y para siempre."

- Tras estos votos, el enlace queda sellado por la eternidad, desde ahora y para siempre se os declara Rey y Reina de Gallevya - concluyó el sacerdote.

Al acabar la ceremonia, todos se hallaban en un enorme salón. Entre todo el barullo, voces, gritos y choques de copas, uno de los asistentes se levantó de su silla copa en alto.

- ¡Callad! El Rey Yrian va a pronunciar unas palabras.

- Gracias. - guardó unos segundos de silencio hasta que retomó su discurso.
- Quiero brindar esta noche por la unión de dos reinos, por la fuerza y grandeza que ahora tendrá este país y sobre todo quiero brindar por esta bella mujer que ahora es mi amada esposa y vuestra nueva Reina.

El Rey, alzando la copa al compás de los demás asistentes, brindaron.
La celebración duro poco cuando uno de los asistentes subiéndose a una de las mesas comenzó a gritar.

- ¡Tendréis que traer descendencia! ¡Hora del encamamiento! - gritó un hombre desde una mesa.

- ¡Es verdad! - dijo otro invitado levantando su copa.

- ¡ENCAMAMIENTO! ¡ENCAMAMIENTO! - Se oían gritos a coro entre todos los invitados.

El Rey con una pícara sonrisa en la cara se levantó de la mesa y le tendió la mano a su nueva esposa. Ésta con aire tímido y sin levantar la vista del suelo aceptó su mano y ambos desaparecieran tras la puerta del salón hacia el pasillo.

Una vez en la habitación, la Reina dirigiéndose a paso lento hacia la cama matrimonial, iba deshaciéndose de sus prendas sin mirar ni un solo instante a su marido, el cual estaba poniéndose cómodo cerca de un gran diván recubierto con una tela de terciopelo azul.

Cuando ambos cruzaron miradas, él se acercó a su esposa y con delicadeza situó sus manos sobre el pecho de ella volviendo a atar el camisón de seda rosado que ella se había desatado.

- Esta noche no te tocare, ni ninguna otra hasta que tú me lo pidas. - murmuró él Rey Yrian en un tono cálido, mirándola fijamente a los ojos. Tras darle un beso en la mejilla, se dirigió hacia el diván, dándole a entender a su esposa que no dormirían juntos esa noche.

El sol volvió a salir un día más, Susan amaneció en aquella inmensa habitación, en la que no había ni rastro de su esposo, pero lo que si había era comida sobre una bandeja de plata en una mesita que daba hacia el ventanal de la habitación. Susan se sentó y comenzó a comer con desgana, contemplando el horizonte con la mirada perdida, como si estuviera esperando el fin de sus días.

Por otro lado, Yrian y su padre se encontraban dando un paseo por el jardín del palacio, cuando de repente su padre con una expresión de orgullo posó una mano sobre el hombro de su hijo y le sonrió, Yrian le devolvió la sonrisa, él sabía que seguramente su padre estaba deseando un nieto y sucesor al trono. ¡Y cuanto antes mejor!

- Hijo, estoy muy orgulloso de ti, sabíamos que estabais destinados a estar juntos, incluso desde que erais niños.

- Es una buena mujer, padre, no habría escogido a otra, será una buena esposa y reina también. No debéis preocuparos padre.

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⏰ Última actualización: Aug 03, 2019 ⏰

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