Día cuatro: Aprovecha al máximo la hora de la comida

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Por mucho que Annie odiara ir al hospital, tenía que reconocer que tenía algo extrañamente reconfortante en aquel edificio. El murmullo sordo en los pasillos, la sensación de que el personal sabía lo que hizo, que solo tenías que sentarte y esperar a que, revisarte con una maquinita. Los carteles que te recuerdan que te lavan las manos o los carritos llenos de material. Allí estaba la vida iba en serio. No tenía sentido ponerse nervioso por cualquier tontería.

No como en la oficina de Annie.

—Annie. Nueve cero ocho. Solo para que lo sepas. Apúntalo en el control de entradas.

Annie apretó los dientes con tanta fuerza que le extraña sin ver trocitos de esmalte volando por los aires.

-Valle. Gracias, Sharon.

No te olvides de apuntarlo, ¿eh? Redondeando, es casi un cierto tiempo que tienes que recuperar.

Sharon, una amargada que se alimentaba a base de patatas fritas y Appletiser, era la única persona en toda la oficina que no odiaba las nuevas hojas de fichar. Annie había aprobado el sistema, al menos al principio. Hasta que había ayudado a implementarlo, en el desempeño de sus funciones como gerente de administración. Claro que se solidarizaba con los compañeros que tenían hijos enfermos, que perdían el tren o que se les estropeaba la caldera, pero que era un trabajo serio y cada uno que tenía la ocupación de lo suyo. En aquella época, vestimenta elegante trajes pantalón o vestidos con cinturón y chaqueta, sé la comida de casa en un tapete y ayuda a organizar la cena de navidad.

Hasta que todo cambió.

Se envió delante de su escritorio; polvo y migas de pan en todas como rendijas, sin una sola foto, sin nada agradable. Las plantas que tanto había cuidado se habían secado y estaban cubiertas de polvo, y dos años antes había tirado la foto de su boda a la papelera, donde el marco se hizo añicos. Encendió el ordenador y oyó cómo protestaba mientras intentaba volver a la vida. Se preguntó si Polly seguía trabajando. Seguro que su oficina era un sitio lleno de iMac limpitos y relucientes, y plantas que todo el mundo regaba y donde todo el mundo lleva vasos de pasta y compartimiento ideas alrededor de una mesa de futbolín.

¿Viene a la comida de hoy, Annie? —Le solicitó Fee, la secretaria ejecutiva, mientras se rascaba el eccema—. Necesito saber que vais a pedir.

Annie respondió que no con la cabeza. Una vez había hecho el esfuerzo de apuntarse, pero lo cierto era que no tenía nada en común con Sharon o con Tim, que se limpiaba la nariz con el manga, ni con Syed, ni que nunca se quitaba los auriculares, o ...

¿Annie?

—Hola, Jeff.

Esbozó una leve sonrisa. Al fin y al cabo, era el jefe.

¿Podemos hablar un segundo? —Preguntó él moviendo los labios como si Annie no hablara su mismo idioma.

Jeff no se dio cuenta de que trabaja en la oficina más triste del planeta, donde el entusiasmo era tan útil como abrir las venas tirando en el suelo. Su despacho estaba lleno de pósteres con frases motivadoras y depósitos con eslóganes como << Los derrotistas nunca ganaron. Los ganadores no conocidos la derrota >>. Las estanterías estaban llenas de libros de empresa: Hazte rico o muere en el intento; Gerente intermedio rico, gerente intermedio pobre. ¿Cómo era posible forrarse dirigiendo un servicio municipal de procesamiento de residuos? Annie no lo sabía.

—Siéntate en la zona de charlar.

Jeff, que era el dueño de los treinta trajes de Top Man y estaba intentando dejarse barba, era un gran fan de la << zona de charla >>, que consistía en dos sillas y una mesa en la que se apilaban varios números de la revista del ayuntamiento, El boletín de Lewisham.

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