Día tres: Busca tiempo para desayunar

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—¡Buenos días, Annie Hebden!

A Annie nunca le habían gustado las mañanas, ni siquiera cuando Jacob la despertaba a primera hora y ella se abrazaba a su cuerpo calentito, tumbado a su lado, con la suave caricia de su aliento en el cuello. Últimamente tampoco le gustaban las noches. A veces había un momento del día, a eso de las cuatro de la tarde, después de tomarse un montón de cafés de la migrienta máquina del trabajo que Nadir limpiaba desde 2011, en que no se sentía mal del todo. Pero a las seis de la mañana... Era demasiado pedir, para ella y para cualquiera. Cruzó la sala de estar hasta la puerta que Polly no dejaba de aporrear.

—¿Qué hora es? Aún es de noche.

—Hace un día precioso.

Polly no parecía cansada.

—Mentira. Son las seis de la mañana de un miércoles del mes de marzo.

¿Y que hacía Polly en su casa tan temprano? Es más, ¿qué hacía en su casa, a secas?

—Bueno, vale, pero ya verás como luego hace un día precioso, y traigo café y cruasanes, así que ¡déjame entrar!

Dos mañanas seguidas despertándose por la culpa de Polly, y eso a pesar de que el día anterior había huido vilmente de ella. Por un instante pensó en fingir que la puerta se había quedado atascada por un extraño accidente. Luego suspiró y la abrió. Esa vez ni se molestó en pasar la cadena. Veinticuatro horas y ya sabía que no había nada que pudiera impedir la entrada a aquella mujer.

Polly estaba fresca como una rosa, vestida con unos vaqueros y una camiseta en la que ponía <<Yes We Can>>. En los pies llevaba unas botas camperas de color rojo cereza.

—¿Qué te parece? —Movió la cabeza de lado a
lado—. ¿Hannah Montana muriéndose de cáncer?

Llevaba el pelo corto y rizado recogido en una coleta que dejaba al descubierto una calva bastante grande fruto de la quimioterapia, y tenía la piel salpicada de manchas rojizas.

—Ja.

Annie no se acostumbraba a las bromas que Polly hacía sobre el cáncer. Ni siquiera estaba acostumbrada al cáncer.

Polly levantó una bandeja con dos vasos de plástico.

—¡Café! ¿Tienes alguna taza bonita? Es una lástima bebérselo en estos vasos de plástico.

—Ya me ocupo yo. Tu siéntate.

—Tranquila, no tengo intención de morirme ahora mismo, Annie. ¿Y las tazas?

Annie señaló hacia la cocina mientras se sentaba en su horrible sofá de piel sintética rajado por un lateral.

—¿Tú duermes en algún momento del día?

—Ah, no tengo tiempo para eso. ¡Me quedan tres meses de vida! —Seguro que era la primera vez que alguien decía esa frase con tanta alegría—. O eso es lo que dice el doctor Cascarrabias. Así es como lo llamo yo.

—Es verdad, sí que parecía un poco... gruñón.

Polly inspeccionó una taza de Cartman de South Park antes de descartarla. Se la habían regalado a Annie en el trabajo, en un amigo invisible, a pesar de que nunca había visto un solo episodio de South Park ni expresado el más mínimo interés por la serie.

—Es un bendito. El típico médico cascarrabias con complejo de Dios que no puede salvar a todo el mundo, pero es el mejor en lo suyo. —Se oyó el eco de la voz de Polly desde el interior del armario de la cocina—. En serio, Annie, deberíamos hablar de tu gusto por la vajilla.

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