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Jaebum amaba el café, pero más que eso, amaba a Yugyeom.
Así como su dulce cafeina, Yugyeom le quitaba el sueño todas la noches y lo necesitaba para continuar sus días con normalidad. Yugyeom era tan indispensable para él como lo era el café. Sin él no funcionaba.
Jaebum se hallaba sentado en la mesa de su cocina, bebiendo su café de las mañanas como acostumbraba hacer.
Sonrió mientras daba un sorbo y observaba su hogar. El hogar que compartía con Yugyeom y en donde planeaban pasar el resto de sus vidas.
Casarse con Yugyeom fue la mejor decisión que había tomado y no se arrepentía de nada en absoluto.
Su pequeño (como gustaba decirle) le hacía feliz y no lo cambiaría por nada del mundo.
De repente sintió unos brazos rodear su cintura y un repentino beso fue dado a su mejilla. Jaebum sonrió.
---Buenos días, dormilón.
Yugyeom rió de esa forma tan tierna que Jaebum amaba.
---Bueno días, Bummie.
El menor tomó una de las galletas en el plato de Jaebum y la metió a su boca.
El más bajo observó con cuidado a su pareja mientras se servía un plato de cereal con leche y se sentaba a su lado para desayunar.
---¿Otra vez estás tomando café?
Jaebum sonrió.
---Ya deberías estar acostumbrado.
Yugyeom hizo una mueca de asco.
---No entiendo como te gusta. Sabe feo.
El mayor negó con la cabeza.
---Sabe bien. Además, es un poco como tú.
Yugyeom lo miró curioso.
---¿Cómo?
---Es dulce como tú, y sin el no puedo vivir---dijo guiñandole un ojo.
El menor soltó una carcajada.
---Jaebum, das vergüenza, no sé ni por qué me casé contigo.