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—Entonces me dices que tanto Alfa como Omega pueden secretar feromonas, algo que por una extraña razón sólo hacen cuando están juntos mkay, y el cuerpo de un Alfa u Omega puede rechazar o aceptar a su compañero, mkay— decía el señor Mackey, encargado de la zona cero o planta baja.

— A-así es — contestó Valmer con seguridad de lo expuesto, compañero de Token Black y cuidador del mismo piso. 

—Mkay si es así como funciona... Significa que tal vez lo acepte mkay.

Mientras ellos miraban por las cámaras, del otro lado un lobo rojo se encontraba caminando de un lado para el otro con inquietud en sus pasos largos y constantes como rápidos. Parecía un gato enjaulado contra su voluntad, bueno, la diferencia no es tan grande a decir verdad.

Por otro lado en el mismo lugar se encontraba un lobo negro un tanto intimidado por el actuar ajeno. Su nuevo compañero parecía de malas pulgas. Se había negado a entrar, obvio, no pensaba morir a fauces de su nuevo compañero. 

Pero por supuesto su opinión vale menos que el del conserje, y no pasó ni un minuto para cuando Terrance abrió la puerta y le empujó de golpe a la habitación en la que ahora se encontraba.

El Lobo traído desde Estados Unidos Texas volteaba a mirarle de vez en cuando, le gruñía y seguía caminando de un lado a otro. Esa acción era repetida una y otra vez, como si dudara de algo. 

Lo que el de pelaje rojizo ignoraba es que el Alfa se encontraba hasta ya intimidado de tanto comportamiento a su vista innecesario y primitivo. Su personalidad no era la más fuerte, no era de la zona cinco por el amor a Dios.

Y de repente todo paró, poniendo la piel del de pelaje azabache erizada. El movimiento, los gruñidos, todo paró en menos de un segundos; para que luego el Omega le saltara en cima.

Agachó las orejas y cerró los ojos, esperando tal vez lo peor que el destino estuviese para ofrecer. Pero no pasó nada, así que llenando sus pulmones de fingida calma abrió sus azulejos. 

Ahora el chico se encontraba en su otra forma, mirándolo de manera fija y acorralándolo con las extensiones de sus brazos contra la pared. Sus cabellos eran de un carmesí furioso y adictivo, atractivo por los rulos que se formaban sin pena ni gloria.

Sus ojos se mostraban de un verde profundo, uno que sin dudar había acaparado su atención de manera casi descarada. Los labios ajenos se movieron, pero el ruido que emitieron lo escuchó lejano y confuso.

Ya, listo, todo estaba hecho. Su corazón comenzó a palpitar... a esperes, no era su corazón. Era su rostro que palpitaba el dolor ante el rostro herido por el puño ajeno.

—¡¿Dónde estoy?!— pregunto histérico por segunda vez el Omega, hablando su única lengua que era el inglés. Ante el obvio conocimiento de la misma, el de ahora forma Beta por igual carraspeó inseguro antes de responder sin establecer una conexión visual.

—Estás en Japón— al parecer creer que su nuevo compañero no sería peor que el de su amigo Craig había sido un error, uno enorme. Aquel Omega daba miedo cuando se encontraba molesto, parecía capaz de matar a corajes a todo un país. No sé, tal vez a todo Canadá.

Las blanquecinas manos del Omega temblaron ante la respuesta, al cabo de unos segundos soltaron a la víctima y el chico se alejó dando largos pasos hacia atrás. Su espalda chocó con otro extremo del pequeño cuarto, permitiendo que sus rodillas flaquearan y su cuerpo resbalara sin miedo a un golpe.

Aquel chico al frente suyo no podía estar hablando enserio. Porque él no podía estar en un lugar que no fuese aquel establecimiento, ¡No podía, debía ser un error!

Experimento Beta#1402-73Donde viven las historias. Descúbrelo ahora