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Ambos se encontraban en el comedor, el cual se encontraba en horario de servicio y abierto para todos los Alfas e invitados Omegas que eran permitidos a asistir.

Ese día, resultaba ser un fin de semana. Razón por la cual el horario se extendía y los patios se abrían para el día entero sin necesidad de un taller o prueba física.

Justamente a orillas del enorme patio, uno bien decorado y cuidado se encontraba una mesa bajo la sombra de un gran árbol, el cual fiel a sus cuidadores luchaba con los potentes rayos de sol que hacía a tales horas de la tarde.

Y en la mesa mencionada, estaba O5 junto a A42 quien se mantenía mirando la pelea física que dos jóvenes tenían a la distancia.

—¡Jesús!, parece que pelean mucho por aquí— la voz de su chico le hizo voltear con calma. Para después volver a mirar al par de jóvenes, a lo mejor no mayores quince años.

—Los fines de semana son un respiro— contestó segura, mirando ahora el cómo lo que inició de dos ahora era de cinco todos contra todos —Los guardias nos dejan hacer lo que en otros días no. Vale aprovechar— una risa salió de su pecho, haciendo al rubio reír también por lo bajo.

La risa de la leopardo era una suave melodía contagiosa. Como un animal en pleno ataque epiléptico. 

Prontamente, un chico tomó su forma animal. Llamando la atención de todos los presentes.

—Hay no...— susurró Sheker, levantándose y tapando al blondo por inercia. En ese momento los guardias actuaron, trayendo estacas con las que comenzaron a dar choques al ahora descontrolado animal.

Era un chico recién llegado por su mera edad, ahí llegaban a partir de los diez.

—Vámonos— la voz de Sheker sonó alterada con un tono de desesperación colado, de repente se dio la libertad de jalarle con violencia, apretando su muñeca con una presión preocupante y hasta dolorosa. Los gritos se notaban lejanos, pronto un Alfa se acercó a atacar, el mismo era claramente mayor a lo que un par de niños comenzaron rugió a los guardias —¡No mires!

Un guardia metió con confianza una mano entre su ropa, sacando un arma. 

Uno, A17 había caído con trece años.

Dos, A30 con quince.

Tres, A4 con once en su joven cuenta.

Y de pronto, las blancas manos de la joven hicieron presión en su rostro, evitando así que terminara de ver tal escena con horror en su expresión. Aún así, logró escuchar el resto de disparos.

Después un silencio que le sofocaba e intensificaba los temblores en su cuerpo que por instinto comenzó a afelparse por partes. Ese ensordecedor callar era únicamente roto por la voz de un uniformado tras lo que pareció con claro argumento una eternidad.

—¡Ésto es lo que pasa a aquellos que rompen las reglas!¡Está estrictamente prohibido cambiar su forma sin autorización!— la voz sonó como un eco, obligándolo a vagar por su memoria. La misma frase se repite una y otra vez sin parar en diferentes tiempos y contextos. Pero siempre por la misma persona.

Con un temblor de por medio, esas manos se remueven con un casi mudo "lo siento, siempre ha sido así" en el proceso, emitido por una apenada Alfa. 

Sus ojos evitan los cadáveres ya tapados por blancas sábanas que los uniformados más jóvenes se apresuran a colocar. Sólo hay un cuerpo aún descubierto, siendo de uno de los dos que cambiaron de forma. El mayor que se involucró sin necesidad, tal vez con la esperanza de que le mataran a él pero a los menores no. Un chico claramente mayor al resto de los que estaban originalmente involucrados.

Experimento Beta#1402-73Donde viven las historias. Descúbrelo ahora