Capítulo 6

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Entré a la sala y caminé en dirección a él mientras abría mi mochila para sacar el cuchillo.

-¡Así te quería ver, hijo de puta! -Le grité empuñando el arma aún en mi mochila.

-¿Qué pasa pendejo? -Dijo Alfonso riendo y golpeando con el codo a Daniel, uno de nuestros compañeros. 

-Sí, ¿Qué pasa Mariconcito?

Quedé paralizado, no lo podía creer; este imbécil le dijo a Daniel sobre lo que pasó en mi casa. 

-¿Así que te gusta morder la almohada Enrique? -Sonrió Daniel moviendo las cejas de arriba a abajo.

-¡¿Pero qué chucha hiciste?! -Le reclamé a Alfonso mirándolo a la cara. -No puedo creer que le hayas contado a éste weón lo que pasó. -Empuñé con más fuerza aún el cuchillo. 

-Ah, ¿Así que es verdad? -Daniel se cruzó de hombros esperando una respuesta.

Al escuchar esas palabras me dieron ganas de apuñalar a Daniel y no a Alfonso.

-No te va a responder. -Exclamó Alfonso rodeando con su brazo el cuello de su compinche.

-¿Podemos hablar sin que este weón este escuchando? -Le pedí a Alfonso.

-Mmmm. -Dijo Alfonso poniendo su mano en su mentón.

-¡Ya weón! Habla con el sopla nucas no más. -Se burló Daniel.

-¡Cállate conchetumadre! -Solté el cuchillo y empuñé mi mano dándole a Daniel un puñetazo en un ojo que lo botó del asiento.

-¡Uy! Se nos puso chorito el Pendejo -Dijo Alfonso riendo. 

-¿Me acompañas o no? -Le pregunté a Alfonso.  

-Claro, vamos para afuera. -Me indicó la puerta de la sala.

Alfonso se levantó y caminó hacía la salida, mientras Daniel estaba aún quejándose en el suelo haciéndome un gesto obsceno con el dedo. 

-Bien pendejo, ¿Qué quieres? -Puso sus manos en la cintura.

-¿Por qué estás haciendo esto? Pensé que había algo entre nosotros. -Le dije a Alfonso mirándolo directo a los ojos.

-Pensaste mal Enrique, nosotros no tenemos nada y jamás lo tendremos.

-Pero, ¿Y lo que pasó en la cocina? -Le dije casi al borde del llanto.

-¡Eso fue por culpa del vino! -Me grito Alfonso tomándome del cuello de la camisa.  -Y si vuelves a hablar al respecto, te voy a matar. Y hablo en serio. -Me dijo al oído.

No podía entender porqué Alfonso se comportaba de esa manera, "¿Siempre habrá sido así?" "¿Tan ciego estaba que no me di cuenta como era realmente?" Pensaba. 

-No te entiendo. -Dije llorando,

-¡Ay! Por favor, ¿Ahora llorarás cómo las mujeres? -Me soltó de la camisa. -No quiero verte más a mi lado, ¿Entendiste? -Me amenazó.

-¡Andáte a la mierda! -Grité con todas mis fuerzas.

Salí corriendo de allí, corrí y corrí con todas mis fuerzas hasta que mis pies no podían seguir más.

Llegué hasta el arrollo que quedaba a una hora de la escuela y me senté en la orilla exhausto. 

Tomé un par de piedras lanzándolas al arrollo y  comencé a llorar; creo que nunca había llorado tanto cono esa vez. 

El día estaba gris, apunto de llover; miré al agua y vi que me podía reflejar en ella. Pero no me gustaba lo que veía en el reflejo, veía a un weón mediocre, un weón estúpido que se enamoró de la peor persona que pudiese existir en la tierra y me odié por eso, deseaba tanto poder ser heterosexual. Quizá al serlo todo esto no estaría pasando, quizá me hubiese ahorrado tantos problemas y humillaciones de parte de Alfonso y mi Mamá; las personas más importantes para mi. 

No me di cuenta cuando se hizo de noche. Así que caminé hasta mi casa. Abrí la puerta y allí estaba mi madre haciendo un bolso.

-Llegaste. -Me dijo sin mirarme a la cara -¿En dónde estabas?

-Por ahí. -Le dije mientras caminaba a mi pieza.

-¡Ey! 

-Qué pasa Mamá estoy cansado y me quiero acostar.

-Toma -Me tiró el bolso a mis pies. -Tú no duermes un solo día más en mi casa, ¡Andáte!  

El mino del colegioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora