Capítulo 8

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-¡Maricón! ¡Maricón! -Gritaron todos abalanzándose sobre mi.
-¿Así que erís Maricón? -Dijo uno.

-¿Te gusta morder la almohada? -Se reía otro.

-Te vas a ir al infierno.

-Eres una aberración.
Todos se reían de mi y me decían cosas, me empujaban y me golpeaban; yo no podía hacer nada para defenderme porque eran todos contra mi, me botaron al suelo y me escupían y pateaban. Sólo pude proteger mi cabeza con los brazos mientras todos me golpeaban. 

-¡¿Qué mierda está pasando aquí?! -Se escuchó un grito. Era el profesor jefe.
Todos se dieron vuelta y se fueron a sentar de inmediato y yo me quedé en el suelo.

-Enrique, anda a sentarte por favor. No hagas que te castigue.

Me levanté, sacudí mi ropa y me fui a sentar, no podía creer que el profesor no hiciese nada después de que el curso me pegara.

-Díganme, ¿Qué es lo que pasó acá? 
Nadie dijo nada. Todos estaban con la cabeza gacha.
-Enrique, ¿Me puedes decir que es lo que pasó acá?

-Nada profesor, estábamos jugando. -Respondí con miedo.

-¿Estás seguro?

-Sí, seguro profesor. -Dije riendo. 

-Bueno entonces prosigamos con la clase. Abran sus libros de matemáticas.  

La verdad es que no presté atención a la clase, sólo se me pasaba por la mente lo que me hicieron mis compañeros y se repetía una y otra y otra vez. Miré de reojo a Alfonso y Él también me miraba, pero tenía la mirada triste, nunca había visto a Alfonso con esa cara de tristeza tan profunda.

-Bueno chicos, así que mañana me traen el trabajo listo. -Escuché de pronto al profesor.
No me di ni cuenta del tiempo que había pasado, fue tanto que ya había terminado la clase.

Todos se levantaron de sus asientos y esperaron a que el profesor se fuera de la sala. Cuando el profesor salió, todos se reían a carcajadas, se reían y cuchicheaban entre ellos, me miraban y se burlaban de mi.

-¡Maricón! ¡Maricón! Gritaban todos mientras salían del lugar. 

Esperé a que todos salieran de la sala para poder salir yo, tenía miedo de que estuviesen afuera esperando para volver a golpearme. Todos salieron, todos a excepción de Alfonso, que seguía en su puesto.

-¡Eres un madito hijo de puta! -Le grité con todas mis fuerzas.
Alfonso se paró de pronto de la silla y corrió hacía mi. Pensé que me iba a golpear, pero hizo todo lo contrarío. Él me abrazó con todas sus fuerzas.

-Perdóname, perdóname Enrique. -Lloraba. -No quise lastimarte, soy un infeliz.

No entendía, por más que trataba de entender, no podía comprender la actitud que tomaba Alfonso, primero era muy amable y amoroso conmigo y al segundo después actúa como si me odiase con toda sus fuerzas. 
-No te entiendo Alfonso. No entiendo tu actitud. 
-¡Te amo! ¡Te amo Enrique! -Me tomó la cabeza y me besó.

Yo lo abracé y acepté el beso y era como antes, un beso apasionado, cálido y delicioso. Me tomó de las manos y me levantó de la silla.

-¡Te amo Pendejo! Ahora lo sé. Perdóname por todo lo que te he hecho.

-No creo poder hacerlo. -Le dije. -Me has hecho mucho daño.

Alfonso me tomó de la cintura y me acercó hacía Él, nuestros cuerpos nuevamente estaban juntos, podía sentir el latir acelerado de su corazón, miré directo a sus ojos y estos estaban vidriosos.
-¿Por qué haces esto Alfonso? No te entiendo.

-¡Maricones! -Se escuchó. Era uno de nuestros compañeros que estaba en la puerta.

-¡Déjame tranquilo marica! -Gritó Alfonso empujándome al piso.  

-¿Te estaba molestando? -Entró el tipo a la sala.

-Éste weón no me deja Tranquilo. -Dijo Alfonso riendo.

Yo estaba en el suelo atónito.

-¡Pégale weón! ¡Pégale Alfonso! -Dijo.

Alfonso me tomó de los pelos y de un tirón me levantó. 

-Mira mariconcito, déjame tranquilo, al único que le gusta soplar la nuca es a ti. 

Alfonso me dio un golpe en el estomago y me dejó casi sin respiración. 
Quedé de rodillas en el suelo sin poder respirar.

-Vamos weón, deja al putito tranquilo. -Dijo Alfonso.

-Sí, dejemos que llore como las mujeres -Rió su compinche.

Se alejaron y me dejaron solo en la sala, mientras yo estaba en el suelo sin poder respirar aún.

Me acosté en el suelo para poder recuperar el aliento y miré al techo. 
El colegio de nosotros era una construcción muy vieja, por tanto se llovía cada invierno y el techo era más o menos alto y éste era soportado por vigas. Cuando miré al techo y vi esas vigas, se me ocurrió una idea.
Me levanté del suelo y fui a la casa de Don Jaime. Como el era el cuidador siempre tenía herramientas y cosas por el estilo guardadas en la bodega de su casa. 

¿Recuerdas todo esto Alfonso?

Ésta es mi carta de despedida, perdón por la decisión que he tomado, pero no quiero sufrir más por tu culpa y por culpa de otros, no quiero seguir viviendo; te amo y siempre te amaré.
Cuando leas esta carta, yo ya no estaré en éste mundo, ya no estaré vivo.
Adiós, mi amado mino del colegio. 

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⏰ Última actualización: Nov 13, 2014 ⏰

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El mino del colegioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora