Una escoria de la sociedad podría definirse fácilmente como una persona despreciable, inútil, y que es fácilmente desechable. Partiendo de ello, se podría decir que amarte me llevó a ser una escoria más que la sociedad no necesitaba.
Un día hace mu...
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¿Recuerdas esa última vez que coincidimos?
Ese bar era mi favorito de Daegu, siempre iba una vez a la semana a la misma hora, pedía el mismo trago y me devolvía a mi casa a la una en punto. La rutina no fue planificada, normalmente trataba de no planificar nada para no decepcionarme cuando no ocurrían las cosas como quería.
El punto es que me sorprendió mucho cuando ocupaste el asiento a mi lado en completo silencio, puedo jurar que nunca había sentido un estremecimiento como el que experimenté en ese momento. Muchas preguntas me conmocionaron de inmediato, siendo el «¿Cómo me encontraste?» la principal de todas. En realidad ya no importaba, ya estabas allí, rozando mi codo con el tuyo, chocando tu rodilla con la estática mía.
Nada fue como creí que sería, es decir, esperaba un poco de drama, un reproche por haber robado a tu novia o algo así, en cambio, tú solo comenzaste a preguntar cómo estaba y ese montón de mierda que las personas inquieren cuando pasan mucho tiempo sin ver a alguien conocido.
En algún punto, puede que hubiese sido motivado por el alcohol, comentaste que realmente querías a la novia que te quité aquella vez...
No pude evitar terminar llorando luego de tanto reír, lo lamento, no debí reírme tanto, es solo que me parecía gracioso que en serio la hayas querido a ella, ella que te dejó por mí con demasiada facilidad, ¿Y yo? Yo que jamás te hubiese dejado por nadie, me cambiaste con una prenda de ropa sucia. La vida sí que era una perra.
No le dimos importancia a nada referente a nosotros, no hablamos sobre lo sucedido, ni mucho menos intentamos obtener un cierre, en cambio, cuando terminamos de beber tuvimos sexo duro en tu auto luego de besos violentos y palabras mordaces. Fue el sexo más brusco que nunca antes tuve en mi vida.
Sexo lleno de odio.
Antes de irme esa madrugada para no volverte a ver nunca más, solo fui capaz de decirte una palabra: Te odio.
Y me sorprendió que una única palabra fuera capaz de describir absolutamente todo lo que me hacías sentir. Fue perfecto. Un poco de alivio conseguí esa madrugada.
