3: La Apuesta.

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¡Al fin está listo!

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—Creo que aquí hacen falta algunas plantas—era constantemente la queja de Crowley con respecto a ciertos lugares.

El búnker no fue la excepción al ver la carencia de verdor que brindaban las plantas a un hogar y no dejó de quejarse al respecto desde que había llegado. Hacían falta plantas y ventanas, quizá una chimenea también y pantallas planas, era como estar enterrado bajo tierra rodeado de libros y cosas mortalmente aburridas, al menos para él, sin embargo el surtido de alcohol no pudo decepcionarlo.

Las plantas daban vida a un hogar, o eso solía creer Crowley cuando ordenaba a las suyas crecer. Ayudaban a relajarse y despejar la mente porque cuando Crowley no quería pensar en los problemas se ponía a cuidar sus plantas, temerosas plantas que temían decepcionar al demonio. Sin embargo a los dueños de aquel búnker la mera sugerencia de agregar plantas a su vivienda no les agradó del todo. Las plantas necesitaban cuidados y ellos no tenían tiempo para esas cosas.

Azirafel, por el otro lado, estaba demasiado contento con el lugar pues había tal cantidad de libros que sentía que estaba en su biblioteca. Libros con información diferente a la propia, con pocas novelas literarias y más como enciclopedias. Libros y libros de montón decorando las paredes, los muebles e incluso encontró algunos en la cocina, tantos libros y tan poco tiempo para leerlos, ya se imaginaba en un futuro haciéndole visitas a Castiel a todas horas con tal de terminar su inmensa biblioteca.

Dean, sin embargo, se encontraba fastidiado de estar recibiendo constantemente las críticas de los que ahora eran sus suegros; aquello estaba muy sucio; la cocina no estaba surtida como debería; ¿en serio tiene que apestar a sangre aquí? Deberías de poner algunas plantas; la franela ya pasó de moda ¿mi hijo sale con un leñador o con un cazador?

Dean estaba que se volvía loco y ¿saben por qué? Porque todas esas críticas venían de su suegro demonio y no podía decir nada sin que Castiel lo sujetara del brazo mirándolo con comprensión, pidiéndole infinita paciencia a Crowley, paciencia que Dean no tenía porque odiaba que un demonio le estuviera jodiendo y, aún más, ser jodido por un demonio ¡llamado Crowley!

Aquel día, el tercero desde la llegada de los padres de Castiel, Dean se encontraba mirando su computadora esperando encontrar un caso que le excusara de la visita de sus suegros pero parecía imposible, como si el mundo hubiese conspirado en su contra con tal de molestarlo, quizá era una señal del destino de que no debía leer cartas que no le pertenecían, Dean no lo sabía y probablemente no lo sabría nunca.

—Mis padres preguntan si no hacemos nada interesante aquí—hablaron en la entrada de la biblioteca ganándose un gruñido de Dean—Creo que a papá le hará bien si le enseñas tu auto, a él le gustan los clásicos.

—Prefiero cortarme un brazo antes de dejarle las llaves de mi nena a un demonio—gruñó Dean sin despegar su vista de la computadora.

Castiel lo observó fijamente, sintiendo la molestia de Dean de forma abrumadora, como si todo fuera su culpa y sabía que no era así, Dean sólo estaba malhumorado por no salirse con la suya como el hecho de que Cass le prohibió el trabajo lo que durara la visita de sus padres y, para bien de ambos, sin sexo hasta que Crowley y Azirafel no estuvieran a dos habitaciones de distancia.

Cass suspiró y se encaminó a donde estaba el cazador deteniéndose detrás de él, pasando las manos por su cuello a sus hombros para después deslizarlas hasta su pecho, sintiendo los acelerados latidos del corazón del cazador y el calor que emanaba de él, aquel calor humano que daba consuelo en Cass cada noche desde que ambos estaban juntos. El pelinegro se inclinó y presionó su frente contra la mejilla de Dean antes de besarlo, sintiendo como el rubio ladeaba ligeramente la cabeza recibiendo de buena gana las caricias del ángel.

Family DinnerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora