Julio 03, 15:45 hrs.
Las paredes están frías.
Sus dedos pintaban sobre ellas un camino invisible en línea recta, y aunque estuviesen más heladas que las de su propia habitación, la nueva sensación calando la fina piel de sus yemas le aceleraba curiosamente el pulso. Las facciones del "niño intocable" (como lo llamaban los médicos de guardia) no cambiaba en lo absoluto ni ante las emociones acometiendo su corazón. Tenía las cejas ligeramente fruncidas, como si juzgara al mismísimo ambiente que lo rodeaba; los labios rozándose y humedeciéndose entre sí mientras respiraba pacíficamente por la nariz; su misma existencia en calma. Los pasos que daba a lo largo del pasadizo se mantenían firmes, simulando una seguridad impecable en lo que iba de lado contrario a donde debería, y contaba los segundos que los guardias tardaban en darse cuenta de su imprevista osadía.
Giró a la derecha, pegándose un poco más a la habitación 205.
Sus ojos viraron inconscientemente con nada más percibir que alguien más observaba sus acciones, y con solo pensar que podrían estar siguiéndolo, los vellos de sus brazos se erizaron hasta casi salirse. Miró hacia la ventana de la habitación, topándose con un chico más o menos de su edad sentado en medio de su ordenada cama, cubriéndose la cabeza con una gorra tonalidad lima verdosa. Según Craig, tenía la atención perdida, como si estuviesen regañándolo.
A él solían regañarle.
Se miraron. Él le sonrió con pena, Craig frunció el ceño.
En un instante, un hombre mayor con esos chalecos que tanto detestaba, se asomó también.
Una charla, pensó. ¿Es bipolar?
Según lo que él sabía gracias al tiempo que llevaba en ese lugar, los internados por bipolaridad necesitaban aún más comunicación a comparación de los demás, y por eso los médicos solían pasar casi todo el día con ellos, llenándoles las cabezas de estupideces y tratando de ser amigables. Craig no dejaba que entrasen a su habitación por algo que no fuesen sus medicamentos o los chequeos de rutina, y si lo hacían, simplemente los evadía.
Detestaba ese lugar.
–¿Qué haces aquí, chico?
Su voz era dulce, y alargaba cada vocal como si temiese no ser comprendido. Frunció un poco más el ceño, tratando de no sentirse como un idiota enfermo bajo su mirada enternecida.
–¿Los de tu pabellón ya salieron al patio? ¿Te perdiste?
Le dedicó una ojeada detestable antes de seguir con la marcha. El color de sus irises oscureció al toparse con las adversas, desprendiendo antipatía. A pesar de eso, nada fue obstáculo para que el encargado utilizara una de las radios portátiles enganchadas a los chalecos para pedir un guía, o a otro idiota que quisiera pasarse de amable con él. Craig ya se había adelantado un par de habitaciones más, haciendo de oídos sordos.
Un estruendo en la 207 le obligó a detenerse. La experiencia de hace segundos no hizo que dudara en, nuevamente, curiosear dentro. Después de todo, nunca se estaba tan profundo en los pabellones si tu rol era entretener a los que tenían el derecho de andar por ellos.
Lo que captó su interés, más allá de la melena rubia sin control y las ropas unas dos o tres tallas más grandes, fue la sangre seca en una de las paredes. Dio un paso hacia atrás cuando en su cabeza retumbó el sonido de su propio nombre ser susurrado, y arrugó la nariz. Sin notarlo, él era quien estaba siendo analizado desde el otro lado de la puerta. Los enormes ojos amarillo azulados que eran adornados por una cicatriz desde el puente de la nariz hasta el pómulo izquierdo recorrían atrevidamente los rasgos del pelinegro, resplandeciendo asombro, como si jamás en su vida hubiese visto a otro ser humano tan de cerca. Tenía marca de dedos impregnados en su cuello, y un pequeño corte con sangre seca en el labio superior, la cual manchaba su pálida tez hasta la punta de su perfilada nariz. Ladeó el rostro, pero Craig no se inmutó. No hasta que la mano temblorosa se posó sobre el vidrio, haciendo el intento de tocar a través de él.
Sus nervios encresparon cada poro de piel. Su cerebro gritaba, entumeciendo sus sentidos hasta sacudir cada centímetro de anatomía, y obligarlo a retroceder.
«Quiere hacerte algo. Va a hacerte algo.»
Cuando el control de sus músculos fue mínimo se dio la vuelta, acrecentando la velocidad de sus piernas de regreso a la seguridad de su pieza.
–¡Craig!
–¡Maldita sea! ¡No me toques!
–No lo haré, tranquilo.–colocó las manos a cada lado de sus orejas, imitando a un delincuente capturado justo al instante de revelar su imprudencia. Lentamente las llevó hacia la espalda.–¿Ves? Tengo las manos atrás, no voy a hacerte nada.
–Aléjate.
–Craig, chico. Soy yo, ¿alguna vez te hice algo llevándote las almohadas limpias?
-¡No te acerques, joder!
El médico encargado de su cuidado lo vio con lástima, pensando, muy a fondo, que estaba sucumbiendo a un pequeño ataque de pánico después de mucho. Si bien su trastorno había dejado de presentarse ante personas ajenas a sus familiares y no demostraba un peligro en lo absoluto, el que se hallara a la defensiva y no disminuyera el ritmo de su respirar era motivo suficiente para adormecerlo, según las reglas. Suspiró.
–No retrocedas, Craig. Vas muy bien. –Susurró finalmente, antes de que el susodicho fuese inyectado sin aviso previo en el hombro por otro de esos hombres de chalecos claros a los que tanto aborrecía.
Tweek, horrorizado con lo que el transparente del vidrio reflejaba, apretaba la mandíbula cada vez más fuerte, como si desease que los dientes se le partieran hasta quedar hechos polvo. La tristeza con la que se veía le obligaba a llorar, pero antes de que sus orbes acabaran por cristalizarse, sus dedos enterraron las uñas que, a pesar de yacer cortas, ocasionaron un camino fino de aquel escalofriante hilo rojo al que tanto acostumbraba. La sangre rodó por sus sonrosadas mejillas, ocupando el lugar que las lágrimas habían estado destinadas a tomar. Entonces, lo recordó a él. A él, a sus mechones negros escabulléndose bajo la gorra, y su impertinente mirada de soslayo infiltrándose en su pequeña guarida personal. Le sonrió al reflejo ensangrentado sin prestarle atención. Sonrió ante el doctor tratando de abrir la puerta para curarlo, pero sin notar en realidad que estaba allí, con él, tranquilizándolo en susurros.
Pensó en Craig sin saber quién era. Pensó en sus facciones como oro escondido en una caverna.
Como el mayor tesoro durmiendo en alguna de esas celdas.
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»Cortos Creek
FanfictionConjuntos de drabbles, one-shots, chats y más. Todo sobre, claramente, Tweek y Craig ♡.