Maite

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Maite: ¡Venga chicos, a comer!

-Maite caminaba hacia el comedor con el cazo en la mano, sin esperanza alguna de que alguien la escuchara. Una vez allí, apoyó el cazo sobre la mesa y se giró hacia el pasillo-

Maite: ¡Chicos, ya está la comida, venid al comedor!

-Una vez más, no obtuvo respuesta. Maite fue hacia el pasillo y comenzó a abrir todas las puertas que lo llenaban. Abrió la primera puerta-

Maite: Marcs, Lluïa; a comer

-Los niños dejaron los Playmobil con los que jugaban sobre el suelo de la habitación y fueron correteando hacia el comedor-

Maite: ¡Lavaos las manos!

-Maite dijo esa frase con tono de haberla dicho más de una vez. Avanzó un par de pasos hacia la izquierda y abrió la segunda puerta del pasillo-

Maite: Vamos, Jordi, ya está la comi...

-Cuando Maite abrió la puerta, vio a su hijo sentado frente al ordenador, admirando una foto de una mujer en topless a pantalla completa-

Maite: ¡Jordi!
Jordi: ¡Mamá! Ah... Esto no es lo que parece, ¿vale?

-Maite fue hacia el escritorio de la habitación y cerró el portátil rápidamente-

Maite: Te tengo dicho que no veas esas guarradas, y mucho menos en mi portátil
Jordi: Pero mamá, yo...
Maite: Y esto se viene conmigo por un par de semanas
Jordi: Pero mamá, ¡lo necesito para un trabajo del cole!
Maite: Sí, claro, y esos vídeos que tenías en el móvil la semana pasada serían para una redacción de historia...
Jordi: Pero...
Maite: Ni pero ni pera... Es decir... ¡ni nada! ¡A comer!
Jordi: Joder, macho...
Maite: ¡Esa boca!

-Maite salió de la habitación con el ordenador entre sus brazos y se dispuso a abrir la siguiente puerta. Ahí estaban sus otras dos hijas; una escuchando música con los cascos y la otra viendo publicaciones en Instagram-

Maite: Sara, Amaia, ya está la comida

-Amaia se levantó y salió de la habitación caminando alicaídamente hacia el comedor. Maite observó a Amaia con algo de preocupación. Seguidamente, dirigió la mirada hacia a Sara y soltó un suspiro-

Maite: Sara, te dije que pusieras el mantel
Sara: ¡No soy tu esclava! ¡Déjame en paz!
Maite: ¡Sara! ¡Ya tienes casi dieciocho años, estás a punto de ser una adulta! ¡Tienes que colaborar un poco en la casa!
Sara: ¡Tú lo que quieres es joderme la vida!
Maite: ¡Pero si yo solo quiero lo mejor lo mejor para ti! ¿Qué pasará cuando al día de mañana ya no tengas a tu madre para hacértelo todo?
Sara: ¡Que me dejes vivir!

-Sara se levantó bruscamente de su silla y se marchó hacia el comedor-

Maite: ¡Sara! Ah...

-En ese momento, Maite vio a Amaia dirigirse al comedor. Ella seguía caminando igual de cabizbaja que hace cuatro semanas-

Maite: Amaia, cariño, dile a Jordi que ponga la mesa, ¿vale?
Amaia: Vale...

-Todas y cada una de las palabras que Amaia dejaba escapar por sus labios sonaban como si fueran las últimas que diría. Maite estaba muy preocupada por ella, no la quitaba la vista de encima ni un segundo. Al terminar de ver como su hija se sentaba en la mesa del comedor con sus últimas fuerzas, Maite se percató de que Marcs no estaba sentado en la mesa-

Maite: Marcs, ¿ya te has lavado las manos?
Marcs: Sí

-Maite se acercó desconfiadamente al niño para comprobar si decía la verdad-

Maite: O sea que ni siquiera te lavas las manos después de ir al baño...
Marcs: Voooy

-Maite, atenta a lo que hacía Marcs, se levantó del sofá sin darse cuenta de que Lluïa venía corriendo a sus espaldas. La niña estaba absorta de la realidad, sumida en sus juegos. Lluïa se chocó contra su madre, la cual se asustó tanto que sin quererlo empujó a Jordi, que venía con los platos de la comida. El suelo quedó repleto de los restos de la vajilla de porcelana que su madre hizo para ella. Los platos no fueron lo único que acabó hecho pedazos; el ordenador portátil también acabó en suelo. Todos los presentes quedaron totalmente callados, esperando con temor la reacción de Maite-

Jordi: Jooo, el ordenador...

-Lluïa era la que peor cara tenía, ya que era la causante de todo aquel desastre. Apenas se atrevió a soltar una breve disculpa con un hilo de voz-

Lluïa: Perdón...

-Maite no tenía palabras. Se agachó y cogió uno de los pedazos de porcelana, el cual admiró con tristeza...-

Maite: Id comiendo, yo necesito salir un momento a la calle...

-Maite se encontraba demasiado frustrada en ese momento como para regañar a la niña. Maite bajó a la calle tras calzarse con sus desgastadas deportivas y sacar un mechero y un paquete de tabaco de la cómoda de su habitación-

Sara: ¿Y tú para qué coges esos platos?
Jordi: Son los que había

-Sara destapó el cazo desinteresadamente mientras ojeaba el teléfono móvil-

Sara: ¿Lentejas otra vez? Ni de coña, yo paso

-Sara se levantó de la mesa enfadada y se marchó a su cuarto. Marcs entró en el salón-

Lluïa: Las lentejas de mamá saben a caca
Marcs: ¿Cuándo va a volver papá?
Lluïa: Sí, sí, eso, ¿cuándo va a volver papá?
Amaia: Mamá ya nos lo ha explicado: papá no va a volver a casa
Marcs: Pero a mí me gustaba más cuando cocinaba papá
Lluïa: Todas las comidas de papá estaban riquísimas
Jordi: Pero esto es lo que hay, qué le vamos a hacer
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-Maite se hizo un cigarrillo y sacó su mechero para encenderlo. Mientras intentaba hacerlo, un ciclista pasó por su lado a toda velocidad sin siquiera tocar el timbre. Maite se sobresaltó y se le cayó el mechero por la rendija de una alcantarilla. Maite empezó a llorar. No tenía muy claro por qué lloraba, pero lloraba. Estaba tan sumida en sus pensamientos que no la dio tiempo a ver cómo se acercaba a ella el hombre que la metió en un camión tras dejarla inconsciente con un paño de cloroformo. El hombre era alto, de casi dos metros de altura, e iba vestido con un impoluto esmoquin blanco. El camión en que la metió era de ese mismo color, y tenía grabado un símbolo en los laterales-

Pero no era un símbolo cualquiera
Era un símbolo muy especial

Pero no era un símbolo cualquieraEra un símbolo muy especial

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-Cuatro paredes y un techo-

Cuatro paredes y un techoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora