El lobo quiere con la gacela

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*Cristian*

Molesto, camino por las oscuras calles de Scratifan, ciudad de mala muerte, donde van los perdidos y las peores existencias se juntan.

Las calles son desniveladas, las casas se juntan unas sobre de otras hasta formar enormes murallas de ladrillos mohosos y con apariencia de caerse en cualquier minuto.

El sol acaba de dejar ir su último rayo de sol, los puestos comienzan a abrir sus puertas, los burdeles mandan a vulgares bellezas a la calle para atraer clientes, las tabernas sacan a los ebrios de la tarde y se comienzan a llenar con los de la noche.

Tal vez, lo único que me gusta de la ciudad es la variedad de especies que se pueden juntar en un solo lugar.

Desde hadas que venden extraños polvos que te harán volar a otro mundo, elfos desterrados de sus tierras, ofreciendo su guía por lo más peligrosos caminos a cambio de unas cuantas monedas, brujos vendiendo encantamientos y hechizos en engañosos trueques, te podrían pedir un recuerdo a cambio de un poderoso hechizo, solo los tontos aceptan ¿Qué pasa cuando olvidas porque estabas ahí?

Llego por fin a casa, una construcción azul, pequeña y torcida, en la punta de un risco, con el techo chapado de trozos de madera mohosa, por la pequeña ventana se alcanza a ver una luz.

Entro a la casa y con paso suave me interno a la única habitación.

Suspiro al ver a mi madre postrada en la cama, voy a cambiar el agua nuevamente.

Sus cabellos azules se han vuelto grises, casi blancos, algunos mechones se traban en mis dedos cuando acaricio su cabeza. Limpio la sangre seca de su boca.

Beso su frente y me quedo junto a ella para velar su sueño.

Mi madre se ha sacrificado para sacarme adelante, aún recuerdo a esa mujer fuerte de antes, la que cortaba con sus propias manos los leños para esos fríos inviernos, la que sacaba a los hombres ciegos de alcohol de la casa.

Él amaba a su madre y haría por ella lo que sea.

*Godric*

Las voces alegres y animadas son lo primero que oigo al despertar, con trabajo me levanto de donde estoy, una cama demasiado chica.

Miro a mí alrededor notando como ese cuarto de metro por metro ya tiene muestras de mi larga estancia, tazas de té, secretamente mezcladas con licor se distribuyen en distintas partes, uno que otro libro en el pequeño estante y la escaza ropa en un minúsculo armario.

Después de tres semanas y de insistentes quejas, por fin me gane un cuarto en ese lugar.

Fue una noche hace ya unas dos semanas, Malin me aventó las llaves de un cuarto, y se fue sin decir más, él era así, nunca aceptaría que había hecho algo bueno por alguien.

Tomé unos pantalones limpios junto con una toalla y salí al pasillo donde la actividad ya había empezado.

Solo después de cuatro días, cuando Malin me informo escuetamente que ya estaba listo para irme, descubrí que esto era una especie de posada, una muy especial.

Propiedad de Malin, una enorme cabaña natural, ubicada en medio de la zona más peligrosa del bosque negro, como casi todos lo llamaban aquí. La construcción al parecer fue hecha por ninfas del bosque que le debían un gran favor a Malin, al parecer muchas personas le deben favores a Malin.

Todos le guardaban cierto respeto, a pesar de ser un doncel de apariencia delicada y frágil, esta posada recibía clientela de todo tipo, desde viajeros que llegaban medio muertos hasta príncipes hadas, la construcción era gigante y se adentraba a más treinta metros bajo tierra, donde los cuarto eran sostenidos por las fuertes raíces de los árboles.

AÚLLA CONMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora