¿Dónde estas?

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*Lucian*

Mis hombros se tensan al notar la inquisitiva mirada de mi esposo sobre mí, a lo largo de los años ha sabido perfeccionarla, así que, a pesar de tener la apariencia de un precioso jovencito, su mirada, el ceñito fruncido al igual que los labios, los ojos dorados brillando perspicaces, son de temer.

Ahora ya podía entender a mis hijos, cada vez que hacían una travesura de pequeños era esta misma mirada que les hacía confesar la verdad, tarde o temprano.

-espero que no me estés mintiendo Lucian- su pequeño cuerpo se acercó al mío, Claude tenía que alzar su cabeza para poder mirarme a los ojos, tuve que esforzarme para poder concentrarme, tan bajito y delicado, con sus pies descalzos, su vestido lavanda que marcaba la insipiente curva de su vientre, era demasiado, mis manos picaban por poder abrazarle-¡Lucian!-

Los ojos dorados se funden con la ira, con suavidad tomo su cara entre mis manos, el hace un mohín intentando liberarse.

-no te estoy mintiendo Claude, Godric solo se fue una temporada de viaje, eso es todo- beso su frente asegurándome de esconder la verdad en mis ojos- dijo que necesitaba un respiro eso es todo-

Hace un puchero antes de asentir, enreda sus brazos por mi cintura pegando su cuerpo al mío, sonrió al sentir la pancita contra mi cadera.

-pero porque se fue así, sin decir nada, sin despedirse de mi- la preocupación tiñe su voz, haciéndome sentir culpable- nuestro hijo tenía algo Lucian, a veces tenía una mirada perdida, otras de dolor, estoy preocupado-

-Godric ya no es un cachorro Claude, él sabe cuidarse- mi doncel se aparta de mi enfurruñado.

-todos serán siempre mis cachorros- masculla antes de cerrar las puertas del baño.

Suspiro algo aliviado, y por una vez agradezco los cambios de humor. Me paso las manos por la cara, intentando mantener la paciencia.

Con paso decidido salgo del cuarto dirigiéndome a la segunda habitación más cercana a la mía.

Sin pensármelo dos veces entro al cuarto, abriendo violentamente la puerta, rechino los dientes al ver la escena, mis manos se convierten en puños e intento contener las vibraciones que peligrosamente recorren mi cuerpo, amenazando con cambiar mi forma en cualquier momento.

Mi hijo Milan empuja asustado al hombre sobre él, Laurence cae al suelo jalando desesperado la sabana en un intento inútil de cubrirse, mi ceño se frunce aún más, Laurence, el medio hermano de Claude, el tío de mi hijo.

-tienen tres minutos para vestirse e ir a los jardines- mi hijo, pálido, me mira asustado e incrédulo- ¡ahora!- ambos respigan para enseguida levantarse y buscar las piezas de ropa regadas.

Con el dolor de cabeza creciendo a cada segundo, me encamino con paso rápido entre los pasillos, ahuyentando a sirvientes y soldados, salgo del castillo inhalando muy hondo la helada brisa marina que avisa el futuro inverno.

Ahora un poco más controlado, tomo asiento en el banquillo de una fuente, la piedra gris tiene tintes de musgo, algunas florecillas submarinas crecen en el fondo, pequeños peces de colores pasan atreves de ellas.

Mis tontos hijos, en verdad pensaron que los dejaría ir por allí como si nada, sin supervisión, el único que lo ha descubierto hasta ahora, es Maxwell, que a tan solo tres semanas vino a mí, y con inseguridad y nerviosismo me "reclamo" del porque el seguimiento.

Nunca se lo he dicho a Claude, porque no quiero preocuparlo con todas la tontería de mis hijos, así es, conozco cada problema, secreto y travesura de mis cachorros, les dejo hasta cierto punto de privacidad, como no intervenir con la vida de mis hijos si esta no corre en verdad riesgo, y aunque me duela, dejarles revolcarse con quien quieran, si este no representa un riesgo. Ya que yo mismo no soy un santo, así que no tengo derecho a intervenir en esa parte de su intimidad.

AÚLLA CONMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora