Detrás de los cuernos

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Había una vez, en un bosque muy lejano, un reino escondido por los árboles, que gentilmente juntaban sus ramas y enredaban sus raíces, para esconderlos, para protegerlos, la pureza de sus cuerpos, evitar que sus cuerpos fueran corrompidos por la maldad del mundo.

Una especie de alma pura, que desconocía la guerra, la malicia, los pecados. De muchos nombres, en muchas culturas, tan antiguas que incluso era imposible traducirlos de forma tan simple, la más cercana seria: "los puros".

Si pudiéramos volar, tal vez, solo así, alcanzaríamos a observar toda la majestuosidad que era el hogar de aquellos que los demás nombraron "puros". Escondido en la montaña más alta, que según cuentan algunos, fue construido por petición del mismísimo dios único "construyan una fortaleza que los acerque a mí, aquí, junto a mí, en el cielo"

Se levantó una edificación, una torre, con más de cien pisos, poseedora de las más envidiables riquezas, recubierta de mármol azul, para confundirse con el cielo y que sus habitantes estuvieran a salvo... de las impurezas del mundo.

Hace mucho tiempo...



Un pequeño pelirosa corría apresurado entre los pasillos grises y húmedos, algunas florecillas saliendo de grietas que crecían como raíces abrazando la enorme y antigua construcción, sin dejar el rápido trote atravesó un camino de arcos altos, de donde lámparas de luz colgaban, eran redondas hechas con cristal y adornadas con filigrama de oro, pequeñas llamas azules lanzaban chispas juguetonas.

El pequeño se detuvo por un momento ante un espejo que colgaba solitario en una de las paredes, con destreza acomodo el gorro de fino encaje blanco, redondo con borlas doradas que le hacían cosquillas en la frente, Malin se rasco con molestia la cabeza a pesar de las varias reprimendas que ya le había dado su padre, sus cuernos estaban saliendo, causándole una horrible picazón.

-¡deja de rascarte en este mismo instante señorito!- dio un pequeño brinquito, viendo en el reflejo como la figura de una mujer se hacía cada vez más grande, hasta que pudo sentir las manos pequeñas y suaves posarse en sus hombros desnudos- te he estado buscando por todos lados-

-perdón Ágata, pero no es mi culpa- se justificó el pequeño girándose hacia la mujer que lo veía con el ceño fruncido, antes de que pudiera hablar ella le jalo de la mano para empezar a caminar apresuradamente.

-no puedo creer que lleguemos tarde, exactamente esta noche- mascullaba la mujer sin dejar de caminar y arrastrar al pequeño.

Malin inflo los mofletes molesto, Ágata no le había dado tiempo de dar la explicación que tanto había ensayado, resignado se dejó llevar, aunque algo emocionado acelero el paso, después de todo ese era el día en que, después de miles de años, su único invitado de honor, regresaría para dar una nueva visita.

Ese personaje que desde hace miles de años, los chiquillos crecían idolatrando, el único, el poderoso, que se decía había conocido al primer monarca: Maureen.

Para alivio de Ágata el invitado aun no llegaba, el salón estaba totalmente preparado para la fiesta, antes de entrar se giró hacia el niño, y para la molestia de este, le acomodo los pantaloncitos cortos blancos abombachados, se aseguró de cerrar bien hasta los últimos botones de la camisa casi transparente que llegaba hasta las rodillas infantiles, dando un asentimiento de conformidad la mujer entro, se podía respirar la ansiedad y emoción en el ambiente.

Una gran cúpula hecha de madera se ubicaba en el tercer piso, rodeada de jardines. El salón en si era más bien una terraza, en el centro, como en el resto de los pisos la escalera en forma de caracol atravesaba el suelo y el techo. Enormes puertas en forma de corazón daban una forma hexagonal, las cortinas se encontraban amarradas, dejando pasar libremente la brisa y la luz solar que se hacía más opaca con forme avanzaba en atardecer.

AÚLLA CONMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora