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Capítulo uno.

Sonrío triunfante al oír que nuestro debido dinero ha llegado sano y salvo, y más vale, si no no les convendría.

—Tenemos que repartirlo— propone Chad, contemplando el paquete con ojos deseosos.

Ruedo los ojos y dirijo mi mirada a Conall, que tensa su mandíbula al oírlo.

Río amargamente al saber que se avecina otra de sus peleas pasajeras. Chad no aprende.

—Sois tan infantiles— avanza por el salón Bruce, cruzando sus brazos por debajo del pecho.

Él es el único que pone orden aun sin ser el Alpha del grupo.

Prendo un cigarro mientras dejo un hueco a mi lado para que se siente, pero este no lo hace, por lo que vuelvo a ocupar el espacio.

—Claro está que lo vamos a gastar en armas y balas.— hablo por primera vez tras exhalar el humo en el salón. — Podríais simplemente ahorraros la pelea— propongo desinteresada.

Chad me mira fijo, al igual que Bruce y Conall.

—Wow, Scarlett pacífica, ¿Qué te ha pasado?— pregunta chistoso Conall, agarrando mi mentón.

Agito mi cabeza y me libro de su agarre, volviéndose a su asiento.

—Simplemente me he cansado de oír vuestros lamentos de críos y de limpiar la sangre del suelo— apago el cigarro en el cenicero tras varias caladas y apoyo mis codos en mis rodillas, erguiéndome levemente sobre la mesa de café.

Bruce y Chad asienten, haciendo lo mismo. Conall se levanta vacilante y da vueltas alrededor de la mesa con el dinero.

—Hm...— agarra su barbilla finjidamente para pensar mientras el repiqueteo de los tacones de sus botas resuena.

Pongo mi pelo a un lado de mi cabeza y le miro sugestiva aunque no se da cuenta. Siempre lo repartimos igual, no sé por qué se demora tanto.

—Ahí hay seis mil— apunta los papeles con la cabeza.

—¿Qué propones?— le insistie Chad, mirándole tenso. Algunas veces él es el que menos recibe.

—Dos mil van para armas— roza sus manos entre sí, haciéndonos oír el cuero de sus guantes. —Cuatro mil para nosotros.

Todos asentimos, poniéndonos de pie para agarrar lo que nos pertenece.

Conall abre el paquete, asegurándose de apartar la cantidad para artillería. Él es el líder de la cuadrilla, el más alto y el más fuerte.

Espero mi turno mientras Bruce recoge lo suyo. Él tiene derecho a ser el segundo, pues es el segundo cabecilla y por jerarquía ese puesto le pertenece. Él es moreno, ojos oscuros y sonrisa arrogante.

Aguardo tras Chad, que recibe los mil euros. Él y yo somos los músculos, Bruce el cerebro y Conall el que proporciona los medios. Chad también es más alto que yo, pero no por mucho, él deslumbra más por ser el único rubio del grupo.

Cuando yo recibo mi cantidad me encamino hacia las escaleras, al igual que los otros dos.

—No tan rápido— habla Conall en alto detrás de nosotros.

Los tres nos giramos y volvemos a los sillones.

—¿Y ahora qué?— pregunta Bruce, notoriamente mosqueado.

El líder deja asomar una sonrisa traviesa que eleva sus labios. Siempre que hace eso nada acaba bien.

—Tenemos una oferta de diez mil— junta sus manos y casca sus tabas, esperando nuestra reacción.

Abro mi boca en o y rápidamente la cierro para no parecer estúpida, al contrario que hace Chad, manteniéndola así. Le doy un codazo leve y Bruce hace un ademán para que siga hablando.

Él no lo hace.

—¿Cuál es? ¿Cuál es el pedido?— insisto jugueteando con mis ojos por su cara, esperando su respuesta.

Su sonrisa se ensancha aún más.

—La cabeza de Calvin—

Matando A CalvinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora