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Capítulo nueve.

Contengo la respiración cuando de repente su mano agarra mi brazo enfundado en la chaqueta de cuero.

Zarandea de él, pero no me muevo. Tal vez mi estado de shock sea el culpable. ¿Cómo volvería ahora? No es como si no supiera volver, pero sería casi imposible con cuatro hombres más grandes que yo.

—Sí sabes caminar, ¿verdad?— escupe molesto, arrastrándome a través del salón. Visualizo latas de refrescos amontonadas en una esquina y un par de botas junto a un mueble.

Reacciono cuando en su cara vuelve a aparecer una sonrisa socarrona. Me revolvería si no supiera que no me harían nada, ellos me necesitarán para conseguir algo, si no, no estaría aquí.

—Te enseñaremos la casa— dice con sorna, cuando se empiezan a escuchar las voces de los otros tres chicos en la planta de abajo.

Piso con cautela los escalones hacia el sótano. Al bajar delante de Calvin, cuando ellos me ven se levantan bruscamente de los sillones.

—¿Tú...— pregunta Tadd, más para el mismo que para mí. —¿Y Calvin?

Carcajeo sarcástica hasta que el ya mencionado golpea mi hombro con el suyo, pasando delante de mí y juntándose con los de su banda.

Los cuatro me inspeccionan de arriba abajo y entonces me invade la incomodidad, aún llevo la camiseta de Anne.

—¿La has registrado?— pregunta Deacon al líder, que asiente mirándolo.

Griffin también une su mirada a las de los demás.

Entiendo la suya, malpensado.

—Bueno, parece que tenemos nueva amiga— Dice Calvin frunciendo su ceño, como había hecho minutos atrás.

—¿Y para qué servirá?— Hablan como si yo no les escuchara.

Se vuelven a mirar entre ellos sin gesticular sus caras. Niego mentalmente y empiezo a plantearme si salir corriendo ahora sería buena idea o no.

Me vuelven a mirar interrogantes. Antes de que vuelva a hablar alguno de ellos, fuertes golpes se escuchan en la puerta de entrada.

—Yo abro— salgo corriendo escaleras arriba, dando zancadas largas y saltándolas de dos en dos, para así al menos escapar de ellos. O intentarlo.

Justo cuando abro la puerta, Griffin alcanza mi cintura y la envuelve con su brazo, echándome hacia un lado sin permitirme respirar en condiciones.

—Wow, que gran sorpresa tan inesperad...— su habla se queda en el aire al darse cuenta del ridículo que ha hecho.

Un pizzero de pelo blanquecino y arrugas en la cara le mira con cara de pocos amigos.

Sonrío con arrogancia mientras el pensamiento de que fueran Conall, Chad o Bruce se desvanece.

—Bueno, había pedido unas pizzas, ahora que somos más...— Tadd no puede acabar su frase antes de rascar su nuca nerviosamente.

Deacon, mientras tanto, paga al hombre que se va por donde ha venido.

Puede que mi estancia en esta casa sea más que una misión.

Matando A CalvinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora