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Mi nombre es Kiriel. Lo único que recuerdo de mis padres fue que huían de los cazadores de demonios, y que me hicieron prometerles que su sacrificio por mí, valdría la pena. Ellos sabían que su muerte se acercaba, por lo cual decidieron prepararme para ello. Me decían que llegado el momento no esté triste por su partida, porque la tristeza trae dolor y el dolor te ciega. Lo mismo dijeron acerca del rencor. Siendo un niño no lo comprendía bien, pero como eran mis padres y sabía que me amaban, les hacía caso. Nunca reconocí ni reconozco autoridad mayor de la que tuvieron mis padres cuando era un niño. Cuando aún estaban vivos.

Fui a parar a un orfanato luego de su muerte, allí, las encargadas eran personas horribles. Aunque ahora que lo pienso podría haber sido peor. Obviamente no les hacía caso, pues no me agradaban para nada.
Un día decidí escapar de allí, los demás niños eran muy sumisos por lo cual no podía contar con ellos. Entonces me subía al techo del orfanato a observar las entradas y salidas, hacía dibujos, planos con recorridos para poder escapar sin que nadie lo sepa. Pero no fuí muy precavido y las encargadas se dieron cuenta. Claro, no lo supe hasta que me gritaron y resbalé del techo. Pensé que iba a morir, cuando alguien tomó mi mano y con gran esfuerzo me subió. Me sorprendí al ver que era una niña. Aún me sorprende. Éramos casi de la misma estatura y aunque no lo pareciera, en realidad era muy fuerte. Recuerdo que sentí muchas cosas cuando la conocí. Su nombre es Alexia y desde entonces nos volvimos amigos. Luego, los cazadores de demonios nos reclutaron en contra de nuestra voluntad y nos volvimos inseparables.

Pero... Nuestra relación no evolucionó. En un principio confiaba plenamente en su sonrisa y lo que decía. Pensaba que ella era tímida, sumisa y linda. Pero no pasó mucho tiempo hasta que me dí cuenta que habían cosas en ella que no cuadraban con esa descripción. Alexia no me mentía, pero tampoco me decía todo lo que pensaba. Cuando nos volvimos más cercanos, pasábamos casi todo el día juntos. Si ella hubiera sido diferente, probablemente me habría cansado de estar a su lado. Pero cuando descubrí que en realidad ella era un misterio para mí, comencé a aprender de su silencio... A veces se le escapa un comportamiento muy infantil y adorable que me dejaba endulzado. Otras veces, su silencio era aterrador. Ella siempre me respondía con sinceridad cuando le preguntaba su opinión sobre algo, pero en esos momentos, no quería conocer la respuesta.

Aunque mis padres me pidieron que no guardara rencor a los cazadores, les tenía cierto recelo. No me gustaba la idea de matar demonios y tampoco sus métodos violentos de entrenamiento. Sin embargo, Alexia parecía estar de acuerdo. Cuando le preguntaba sobre el tema ella decía, - me gusta la idea de ser más fuerte - para justificar el porque entrenaba tan duro, - también me gusta la idea de proteger a otros, por eso debo esforzarme. - No la entendía. Ella quería proteger a otros, pero cuando tenía la oportunidad de hacerlo, al no dar el golpe de remate en una pelea, hacía todo lo contrario y dejaba a todos fuera de combate. Los entrenadores la amaban y los demás reclutas no tanto.
Como pasábamos la mayor parte del día juntos, también entrenábamos juntos. Yo tenía una fuerza similar o probablemente mayor a la de ella, pero cuando llegaba el momento de la verdad me negaba a dar el último golpe. Los demás comenzaron a notar esto y se acercaron a mí. Como comencé a conocer más gente y a hacer más amigos, mi tiempo junto a Alexia menguaba. Pero ella sólo respondía con más silencio. Me fuí enterando de que en realidad no era el único popular de los dos, pero ella tenía mala fama. Aún así, la defendí cada vez que pude. Hasta que yo mismo comencé a dudar de quién era ella realmente y qué es lo que quería.

Mi error fue no preguntar más.

Un día decidí tomar distancia de ella. Justo fue un día en el cual podíamos pelear en equipo y Alexia quería que luche a su lado. Yo me negué, aunque luego me arrepentí de ello porque ví una cara en ella que nunca había visto. Me miró con sus hermosos ojos azules llenos de desilusión, abrió la boca como para contestar, pero volvió a cerrarla y asintió con la cabeza. Miró a su alrededor y los demás ya habían empezado a sacar sus hipótesis. Ella simplemente los ignoró y siguió como sino hubiera pasado nada. Nuevamente me respondió con silencio, y aún así, sentí el filo de mis propias palabras clavarse en mi corazón. Nunca peleábamos, cuando algo no me gustaba, ella simplemente se hacía a un lado. Realmente nunca supe si hubiera para ella algo de mí que le disgustase.
El tiempo pasaba, y aunque quería pedirle perdón, no encontraba las palabras adecuadas.
Lo peor fue que no presté atención a sus acciones luego de eso, me sentía fatal y nuevamente no hice caso a la advertencia de mis padres. El dolor me cegó ante lo obvio que estaba frente a mis ojos. Desde ese día, Alexia no era la misma. Comenzó una terrible racha, no ganaba ninguna pelea, sus movimientos eran torpes, impulsivos y descuidados. Los demás también lo notaron y no tuvieron piedad con ella. Algunos días después, pareció haberse lesionado por un mal golpe en su brazo derecho, y al día siguiente no fue al entrenamiento. Al parecer, los demás se compadecieron de ella, pues me preguntaban qué fue lo que le pasó. Como no tenía idea de que sucedió en los últimos días de su vida, sólo atiné a enojarme y no responder. Fui por ella a su habitación, pero no la encontré y decidí esperarla.

El Florecer De Las LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora