Capitulo III

2 0 0
                                    

19 de julio. 10:02 p.m.

Su cumpleaños no había sido como lo tenía planeado. Ruby se había comprado 4 litros 450 mililitros de nieve de vainilla con ribete de fresa, con el firme pensamiento de tirarse en su sofá, prender el televisor y ponerse a comer y llorar, disfrutando de unas cuantas comedias románticas que tenía en la mira.

Pero no sucedió así. 

Primero fue Héctor. Llegó con una tarta y platos de plásticos. Después, Esmeralda, la hermana mayor de Ruby, se apareció con un par de pizzas y refrescos. A los quince minutos, llegaron casi todos sus compañeros de trabajo. Luego, un par de amigos más, y unas cuantas de sus amigas.

Ruby no supo en qué momento alguien sacó una botella de vodka y la vació en el bowl donde había puesto dos litros de agua de piña, por que los sodas que llevaba su hermana no habían alcanzado.

El caso era que se habían desvelado, y para colmo, Ruby no sabía beber, así que a casi 24 horas de haberse bebido casi un litro de agua de piña con su respectivo medio litro de vodka, no soportaba la resaca.

Todo el día había sido un infierno. El calor estaba insoportable, el restaurante estaba a rebosar, había tenido que trabajar sola casi todo el día. Se jefe estaba de un genio, insufrible. Y para colmo, Niall.

No dejaba de pensar en él.

Ruby llevaba quince minutos encerrada en el baño. Cinco de los cuales los había pasado con la cara metida en el lavamanos. Unos golpecitos en la puerta la hicieron levantar la cara.

- ¿Estás bien?- la voz de Héctor atravesó la puerta de madera para llegar hasta sus oídos.

-Algo. –Últimamente a Ruby le costaba contestar con más de dos silabas.

- Es que ya nos vamos- le comunicó él- ¿tu vas a cerrar?

Un día más, un día menos. Qué más daba.

-Si, yo cierro- Contestó Ruby.

-Bien, nos vemos mañana.

Treinta segundos después, ya no se escuchaba ningún sonido en el lugar, aunque las luces continuaban encendidas. Ruby se miró al espejo. Si que se veía mal. Pero es que casi no había comido en todo el día, y oler la grasa de las hamburguesas le revolvía el estómago.

Se secó la cara con una toalla de mano y fue al frente del local. Últimamente ella era la que cerraba el local. Hacia las cuentas, dejaba el dinero en la caja fuerte de la oficina de su jefe, ponía un fondo base en la caja registradora, desechaba los papeles inútiles, guardaba las órdenes que se necesitaban, en fin, hacia un trabajo extra por el cual no le pagaban ni un centavo.

Tomó su bolso del mostrador y agarró los candados. O eso creyó. Uno de los candados cayó estrepitosamente bajo el mostrador.

- Genial- dijo con amargura.

Se agachó para recogerlo y fue cuando miró que a alguien se le había olvidado una caja de pan fuera del frigorífico. Podría dejarlo ahí, pero para el día siguiente ya no serviría. Seguro culparían a Héctor o a Juan. 

Pudo más su conciencia.

Dejó el bolso donde estaba, recogió el candado que yacía en el piso de hormigón y, junto al que sostenía en la mano, los depositó junto a su bolso. Se acuclilló y tomó la caja de pan. 

Cuando abrió el frigorífico, comprobó que estaba lleno. Pensó en sacar las hogazas del empaque, y así buscarles un huequito, pero desechó la idea, seguro se pondrían duras.

Estaba a punto de darse por vencida, cuando en la esquina superior derecha vislumbro un punto en el que cabria perfecto el cartón entero. El único problema era que estaba demasiado lejos del piso. Con su poco más de metro y medio de estatura, no lo alcanzaría jamás. Tomó una de las sillas y se trepó en ella como pudo. Le dio vértigo al agacharse para tomar la caja de pan. ¡Dios! Como odiaba los zapatos de tacón que la obligaban a usar.

******

Las luces del lugar seguían encendidas, pero el restaurante estaba desierto. Niall tocó la puerta antes de aventurarse a girar la perilla. Nadie contestó y como la perilla giró, decidió entrar. Seguro a alguien se le había olvidado el lugar abierto.

Miró un par de candados en el mostrador, junto a un bolso femenino, entonces el lugar no estaba solo. Estaba a punto de llamar, tocando una campanilla, como las que tienen en las recepciones de los hoteles, cuando un quejido lo interrumpió.

Seguro alguien estaba en apuros. Cruzó la puerta de la cocina, y ahí, trepada en una silla, con unos tacones de miedo, estaba la dueña de unas portentosas piernas.

- ¿Necesitas ayuda?- preguntó inocentemente él.

Ella giró sobre la silla al escuchar que alguien había hablado, el simple movimiento la había hecho perder el equilibrio. La caja de pan se estrelló en el suelo y Ruby habría parado en el mismo lugar de no ser por Niall.

¡Niall!

Él apenas tuvo el tiempo justo para atraparla, cayó en sus brazos y por un segundo fue como viajar a través del tiempo. Al pasado, para ser exactos.

- ¿Pero que tenemos aquí?, Ruby ¿eres tú?

Ella no necesitó más. Se soltó de sus brazos como pudo y salió corriendo. Al pasar cerca del mostrador solo atinó a tomar su bolso y salir como bólido de ahí.

No le importó nada. Ni dejar a Niall solo en el restaurante, ni dejar el restaurante abierto. Su instinto de supervivencia le decía que saliera huyendo de ahí, y precisamente era eso lo que iba a hacer.

Jirones: Trozos de mi AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora