Enojo

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Alexander se levantó de entre las sabanas con demasiada pereza, un poco de nieve caía afuera de la ventana, ya habían pasado tres meses y medio desde su llegada, y un mes y medio desde su pequeño arranque de emociones.

Lo sabía y no lo podía negar.

Estaba irremediablemente embarazado, no tenía ni idea de cuánto tiempo tenia, pero había dos opciones: Julio o Cador.

Cruzaba los dedos porque el padre fuera Cador, no lo sabría hasta que lo revisara un médico, como todas las mañanas fue al baño, entro y se paró frente al espejo poniéndose de perfil.

Se abrió la bata y empezó a inspeccionar con detalle, se acercó lo más que pudo, y lo vio, allí estaba casi invisible, pero no para el que siempre cuido su figura, un pequeño bultito se asomaba en su vientre y en sus caderas.

No sabía qué hacer, hace una semana había empezado a evitar a Cador, este aunque desconcertado, se alejaba y le daba su espacio, pronto se empezaría a notar. Solo faltaba medio mes para que llegara la primavera y con eso su libertad. En verdad no quería alejarse del hombre, nunca se sintió tan cómodo con ningún hombre, ellos se entendían y su relación fluía armónicamente.

Además, no se podía negar que el sexo era increíblemente bueno.

Pero él sabía que simplemente no podía ser, muchas veces Cador le conto sobre sus aventuras y viajes, acostados y desnudos frente a la chimenea,

"-¿Qué paso en la mañana siguiente?-Alex reía contra el pecho de Cador mientras este le acariciaba la espalda

-solo recuerdo haber despertado desnudo lleno de polvo plateado, encima de un unicornio y con la reina hada fulminándome con la mirada-"

Sonrió recordando la anécdota de la visita al reino hada, salió de la bañera y se empezó a secar. Su relación era imposible, no creía que Cador fuera a renunciar a sus viajes por un bebé no planeado ni que su padre aceptara un simple viajero como yerno, no después del escándalo.

Además no soportaría ver su cara de rechazo, no debía juzgarlo así pero no podía evitar desconfiar un poco.

Con un suspiro salió del baño y camino a la cocina, si algo bueno salía del embarazo era comer sin límites, todo con una buena excusa.

En los restos de un castillo de cristal un pelinegro miraba el cielo cambiar.

Miraba anhelante al cielo, imaginando al enorme dragón negro dar vueltas junto a las estrellas.

El doncel volvió a donde su pueblo, el bullicio se escuchaba a lo lejos, muchas chozas de piel se expandían a las afueras del castillo, mujeres y donceles arrullaban a sus bebés en brazos, mientras los hombres inflaban el pecho de orgullo.

Cada año hacían ese viaje, todos los inviernos, viajaban a sus tierras natales donde la madres daban a luz a una nueva generación, los nacimientos y concepciones de un dragón no eran cualquier cosa, las mujeres y donceles solo podían concebir en una fecha determinada.

-queridos súbitos-todos guardaron silencio y prestaron atención a las palabras de su reina- el invierno está acabando, muy pronto volveremos a las montañas con una nueva generación de dragones- aplausos y gritos resonaron por el castillo de cristal.

Un general se acercó al doncel después de un rato.

-¿está seguro mi señor, nos adelantaremos por tres semanas?-

-claro que estoy seguro, el invierno está acabando más rápido, pronto dejara de nevar en las montañas- no espero una contestación y entro a su tienda.

Bajo tus alas...¿o garras?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora