Descubrimiento

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Una figura encapuchada se escabullía entre las casas en la oscuridad de la noche, llego a una pequeña granja a las afueras y entro en el granero.

La capucha cayo dejando ver el pulcro rostro de la reina Scarlet.

Frente ella se encontraba un hombre ya de avanzada edad.

-mi señora- el anciano hizo una gran reverencia.

-veo que estás dispuesto a decir la verdad- la reina no se había rendido ante la muerte de su hijastro, durante un mes mando cartas al cochero que condujo esa noche el carruaje, no le dijo nada a su esposo por miedo de herirlo más. Sabía que no conseguiría nada con el príncipe Julio, por lo que recurrió al otro "sobreviviente".

-así es mi señora, mi conciencia no pueda cargar con este peso- la reina se acerco a él, con los ojos brillosos de anhelo.

-dígame por favor ¿mi hijo está vivo?-

-no sabría decirle mi señora, lo que sucedió fue...- y así el anciano conto todo, el había oído la violación y posteriormente visto la huida de ese pobre doncel junto con la amenaza de silencio- perdóneme por favor, castígueme si quiere, solo por favor proteja a mi familia de la furia del príncipe y el rey- suplico el hombre con lágrimas cayendo de sus cansados ojos.

La reina no sabía que decir, una parte de ella sufría al saber horroroso crimen contra su hijo, pero otra estaba alegre saber la existencia de una péqueña posibilidad. Vio al hombre lloroso frente a ella, en ese momento poco le importaba dar un castigo, prometiendo proteger a su familia de la ira real, salió corriendo rumbo al castillo, con la esperanza creciendo en el pecho.


Unos ojos violetas se abrían lentamente, encontrándose con unos amarillos. Alex bostezo largamente mientras estiraba los huesos agarrotados.

Ese mes se la habían pasado como conejos en celo, lo habían hecho en cada rincón que encontraron, la cocina, el cuarto, el baño incluso una vez no llegaron y lo hicieron en la escalera ganando un terrible dolor de espalda.

-¿cansado?- pregunto Cador, recibiendo un gruñidito como respuesta. El hombre se levantó de la cama estirándose también, tenía un asqueroso dolor en los omoplatos, hace mes y medio que no tomaba su otra forma, sentía la presión de sus alas cada segundo del día desde hacía dos semanas.

Nunca había pasado tanto tiempo en su forma humana, ya empezaba a extrañar la sensación del viento contra sus escamas, anhelaba poder estirar las alas para tomar impulso y surcar los cielos.

Miro el cuerpecito que volvía a dormir, estirado en toda su extensión el doncel dormía solo con una sábana enrollada en la cintura, el cabello rubio se desparramaba por toda la cama, revuelto y enredado.

Ya no recordaba la última vez que lo vio con ropa.

Dio un último bostezo antes de salir sigilosamente del cuarto.

Afuera el sol seguía oculto y la nieve caía insistente. Vio la puerta cerrada tras de sí, después de pensarlo unos segundos corrió aun desnudo a las afueras del castillo, su piel no era como las de los humanos, la suya se mantenía a una temperatura caliente para poder volar en los cielos más fríos.

Cuando estuvo seguro de que no podría verlo, cambio de forma.

Primero sintió sus alas estirarse deliciosamente, después de tanto tiempo fue la gloria, después la sensación de sus huesos agrandarse y su piel llenarse de escamas.

Una vez transformado, sin pensarlo salió volando, a toda velocidad, era algo imposible de describir, sentir la adrenalina fluir por las venas, si tuviera que describirlo en una palabra seria...libertad.

Bajo tus alas...¿o garras?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora