7. El comienzo de la metamorfosis

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Minutos después el gimnasio comenzó a vaciarse. Algunos se fueron al instante, otros esperaron a terminar sus rutinas y otros ni siquiera se molestaron en inventar excusas y simplemente se fueron no sin antes otorgarle una mirada odiosa a Angelina por arruinar su mañana de ejercicio.

La chica tomó su cuchilla del banco y la deslizó dentro de su abrigo.

-Es tuya- dijo- Cuando la necesites, pídemela.

En cuanto el gimnasio estuvo vacío Angelina se quitó la campera amarilla y no pude evitar notar que llevaba un top a juego con su short el cual dejaba ver su atlético estómago y un piercing negro que brillaba en su ombligo. Tenía varios moretones a lo largo del torso y yo, que había crecido con ellos, sabía que eran de hace ya días y se encontraban en sitios extraños.

-¿Qué te pasó?- le pregunté cómo un entrometido.

-Casi muero aplastada por un auto- dijo ella. Chasquee la boca.

-¿Alguna vez dejarás de mentir?- le pregunté. Ella simplemente me observó. Sin embargo muy difícil concentrarse en los moretones al ver el arsenal de navajas que Angelina tenía enfundadas en un complicado sistema que le envolvía parte de los brazos y el estómago.

-¿Cómo caminas con todo eso? - pregunté quitándome la camiseta para no transpirarla- luce incómodo.

-Más bien reconfortante- comentó Angelina, sin embargo se quitó de encima todo aquello para poder entrenar cómodamente. La muchacha se dirigió a la puerta del gimnasio y la cerró con traba.

-¿Qué pasa ir alguien quiere entrar?- pregunté.

-No lo hará- dijo ella con simpleza y se estiró, bostezando. Al parecer ni aquel revuelo la había despertado. Entonces reparé en los cigarrillos ubicados en sus muñequeras negras junto con un encendedor.

-No deberías fumar- comenté. Ella alzó una ceja.

-¿A caso no aprendiste que sucede cuando me dan órdenes?- preguntó ella- Quizás si necesites un bozal.

-Solo digo que eres una atleta- contesté, conciliador- No te ayuda, con el paso de los años terminará arruinando tu rendimiento.

Y tu vida. Pensé pero sería demasiado dramático decirlo en voz alta.

-¿Qué te hace creer que quiero vivir por muchos años más?- me preguntó ella y, cuando mi rostro se descolocó, ella se volteó para dirigirse a las cintas de correr, las Bestias me habían hablado del intento de suicidio de Angelina unas semanas atrás que había desembocado en un ataque maniaco que casi la mata y la decisión de sus médicos de internarla para que deje de consumir pastillas.

Sinceramente no veía como ahora estaba más sana que antes pero, si este era su mayor nivel de sanidad, no quería imaginar cuál era su estado anterior.

- Ahora deja de intentar hacerte mi amigo y concéntrate en lo que vinimos a hacer.

No me quejé, después de todo no me había unido al equipo para hacer sociales y si quería ser un verdadero Chita debía ganar mi lugar, para ello debía ponerme a la altura.

-Te sigo- le dije subiéndome a la caminadora junto a la de ella.

Cuando Angelina dijo que me haría pedazos no lo decía metafóricamente.

Yo creía que me presionaba en el gimnasio, después de todo para mi contextura delgada había desarrollado un cuerpo atlético, sin embargo el nivel de entrenamiento de los Chitas era casi inhumano. Ahora entendía por qué todos lucían como jugadores olímpicos.

-¡Vamos Becher!- me gritaba Angelina cada vez que disminuía el ritmo y no era un grito de ánimo, sino de presión. Si no hacía las cosas a la par de ella, Angelina me haría repetir el ejercicio hasta que pudiera hacerlo.

Podía sentir cada uno de mis músculos prendido fuego, sin embargo no me quejé ni una vez. Había vivido con el dolor toda mi vida, aquello era tan solo un poco más. Quejarme no había servido antes y tampoco lo haría ahora.

Cuando Angelina dio por terminado el entrenamiento me dejé caer en el frío suelo del gimnasio. Era fines de julio y aquel día hacía un calor sofocante que ni todos los ventiladores del gimnasio encendidos podían disipar.

-Apestas- me dijo Angelina sentándose a mi lado. Ella también estaba transpirada, con el rostro enrojecido, los músculos tensos, su cabello despeinado. Me pregunté si aquellos moretones todavía le dolían.

-Eso ha sido increíble- suspiré. Aunque me dolía cada músculo del cuerpo por primera vez era un dolor agradable. Había activado todos aquellos músculos, a partir de ahora sólo podría mejorar y siempre me había gustado un buen desafío.

-Quizás eres más masoquista de lo que creía - comentó ella peinándose el cabello hacia atrás para apartarlo de su rostro.

-Quizás lo sea- coincidí, que no podía borrar la sonrisa de mi rostro.

-La capitana no quería que juegues en la cancha por primera vez sin que esté todo el equipo, es algo supersticiosa.

Finalmente Angelina se levantó y me pateó en el costado a modo de llamado.

-Vamos, hay que buscar a los otros para ir a la cancha. No podrás jugar pero al menos podrás verla.

A pesar del cansancio, me levanté. Eso era ser un Chita: dolor, agotamiento, gloria.

Seguí a la Central con un sentimiento cálido en su pecho. Podían venir tiempos difíciles pero sabía lo que era vivir con complicaciones y no estaba dispuesto a dejar que la vida me golpeara de vuelta.

Los ChitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora