Viéndote dormir

8 1 1
                                    

Cuando abro los ojos veo que está amaneciendo.

Bostezo perezosamente y me estiro para terminar de despertarme. Tras asegurarme de que la claridad que entra por la ventana procede realmente del amanecer y no de las luces de la calle, me levanto y voy a tu habitación.

Estás profundamente dormida y no me oyes entrar. Me siento a tu lado y te observo sin hacer ningún ruido. Duermes abrazada fuertemente a la almohada, como si temieses que pudiese escaparse. Solo distingo tu cabeza y tus brazos porque el resto de tu cuerpo está cubierto por tres mantas. Nunca he entendido cómo puedes pasar tanto frío por las noches. A mí, en cambio, nunca me ha hecho falta ni una simple sábana.

Me hace muy feliz verte así. Me gustaría que te despertases y que me vieses para darme los buenos días, pero es temprano para ti. Anoche te fuiste a dormir tarde porque querías ver una película. Lo sé porque yo estaba contigo, dormitando a tu lado.

Podría acercarme y despertarte y sé que no te enfadarías, pero lo más probable es que tratases de que te dejase en paz para dormir un poco más. Debo tener paciencia, pero me cuesta. Desde que me levanto, solo anhelo aprovechar cada minuto del tiempo que permanezco en pie, a ser posible, contigo.

Lamentablemente, no estás mucho en casa. Tienes una vida muy ocupada. Te vas temprano y con prisa y sueles volver tarde y muy cansada. No tienes demasiado tiempo para mí, pero no me importa. Me conformo con esos minutos que siempre me dedicas en los que me siento el ser más unido a ti.

Haces un pequeño ruidito y te das la vuelta. Sueles hablar en sueños. Las primeras veces que lo hiciste me asusté y te desperté varias veces. Tú no comprendías por qué me empeñaba en despertarte todas las noches, pero nunca me regañaste por ello. Siempre tenías una palabra amable que dedicarme antes de volverte a dormir.

Recuerdo cuándo nos conocimos. Creo que nos comprendimos al instante y estoy segura de que nunca se ha forjado una amistad más fuerte entre dos seres. Me llevaste a tu casa y me mostraste todas las maravillas que el mundo me ofrecía.

Gracias a ti he podido viajar, probar manjares que jamás hubiese pensado que existiesen, hacer amigos de lo más variopintos... Me has dado una vida maravillosa y yo te lo agradezco tanto que, siempre que te veo, trato de cubrirte de besos y caricias.

El sol empieza a brillar y a colarse por tu ventana. Me encantaría poder acercarme a correr las cortinas para que no te moleste, pero no puedo. De todas formas, dudo que eso pueda despertarte. Adoras dormir, como yo. Siempre bromeas con el hecho de que paso mucho tiempo dormida y a veces te muestras preocupada por si dedico tanto tiempo a dormir por aburrimiento. No es así, te lo prometo. Solamente deseo descansar para poder estar mucho más activa cuando esté contigo.

Ahora la luz inunda la habitación. Cada vez me cuesta más permanecer sentada sin hacer nada. No sé qué hora es. Para ti las horas son muy importantes. Necesitas medir el tiempo como si así pudieses controlarlo. Nunca lo he comprendido. Siempre he pensado que hay que vivir y aprovechar todo el tiempo del que dispones porque es absurdo tratar de limitarlo. No se puede, pero tú eres obstinada y te empeñas en mirar los relojes que tienes por la casa, buscando un minuto más que te haga no llegar tarde.

Giro la cabeza y veo la ropa en tu silla. Como siempre, demasiada. ¿Por qué necesitas ir con algo diferente cada día? A mí, personalmente, no me importa tu aspecto. Lo que valoro de ti es tu alma y ésta pocas veces se corresponde con la apariencia física. Yo siempre visto igual, pero es que mi traje es perfecto. Gracias a él no paso frío en invierno ni calor en verano. Parece que tú todavía no has encontrado algo así y sigues poniéndote diferente ropa todos los días tratando de encontrar la prenda perfecta.

Hasta ahora, no lo has conseguido. Siempre vuelves a casa tiritando de frío o sudando de calor. A veces pienso que deberías hacer desparecer toda esa ropa que no es capaz de mantenerte caliente o de evitarte el calor.

Vuelves a moverte, pero te niegas a abrir los ojos. Quiero que te despiertes ya. El día está precioso y hay mucho por hacer. Nos espera mucha diversión más allá de las paredes de esta casa. Me acerco con sigilo y pego mi nariz a la tuya con cuidado de no rozarte. Siempre dices que tengo la nariz helada y cuando te rozo con ella sueles sobresaltarte.

Ahora que estás tan cerca siento tu olor. Es ese olor lo que más quiero en esta vida. Siempre que lo percibo me siento a salvo y cuidada. No me gusta cuando tratas de camuflarlo con colonias y jabón, aunque nunca podré convencerte de que dejes de hacerlo.

De pronto oigo un pitido muy molesto. Es tu despertador que nunca siente reparos en arrancarte del mejor de los sueños. Murmuras algo que no entiendo y tratas de apagarlo sin abrir los ojos. Ya estás despierta y ahora no tengo límites. Me subo a la cama llena de felicidad y reparto besos por tu cara y tus brazos.

Tratas de apartarme un poco, pero en inútil. Estoy mucho más despierta que tú y puedo esquivarte sin problemas.

Finalmente, abres los ojos y me miras. Me sonríes con cariño y me acaricias la cabeza. Yo te correspondo con unos cuantos besos más por toda la cara.

-Buenos días, preciosa- me dices con voz somnolienta sin dejar de rascarme las orejas-. ¿Cómo has dormido?

Yo jadeo y suelto un ladrido que te hace reír y abrazarme.

-¿Eso ha sido un "bien"? Yo también, pero sigo con sueño. Tú pareces muy despierta, ¿qué has estado haciendo?

"Viéndote dormir" pienso mientras me acurruco entre tus brazos sintiéndome la perra más feliz del mundo.



Una nana para un locoWhere stories live. Discover now