Diamond Guy [Finalizada]

V. La felicidad de unos, es el dolor de otros.

Patch.

La presentación de mi hija en Francia fue magnífica, me sentía inmensamente orgulloso de ella. A pesar de haber quedado en segundo lugar, para mí ella siempre será la número uno. Pero había algo que no terminaba de agradarme; aquel chico con el que bailó, sin duda la veía con otros ojos, como algo más que su simple pareja de baile.Lo que más me enojaba, era que ella estaba solamente con él, seguramente compartiendo habitación.

A pesar de hablar con Jereth sobre aquel chico previamente.

Un recuerdo pasó por mi mente; la imagen de Jackson Miller entregándome su tarjeta personal, donde estaba escrito su número de teléfono.

No dudé en llamarlo.

— Habla Jackson Miller, ¿en qué le puedo ayudar? — respondió enseguida.

— Jackson, soy Patch Anderson, ¿me recuerdas?

— Cómo no hacerlo, que gusto que llamara Sr. Anderson.

— Recuerdo que mencionó haber estado interesado en mi hija Astrid la última vez que lo vi, ¿la oferta sigue en pie?

Jackson.

— Y fuiste capaz, maldito bastardo.

— Yo le advertí, que no debía subestimarme.

— Siempre supe que mi hijo tenía esos gustos... pero jamás imaginé en que se fijaría en alguien como tú.

— Usted tampoco se salva de esto, usted es mucho peor persona que yo. No hable sin antes conocerse a usted mismo.

— De todas formas, tú únicamente quieres jugar con él para vengarte de mí. No le permitiré que siga contigo.

Daniel Williams realizó una revisión de las cámaras de seguridad del piso donde se encontraba el departamento de Jereth, y logró encontrarse con una escena algo comprometedora en los pasillos.

— Suerte haciendo que te escuche, tu hijo está totalmente enamorado de mí. — daba vueltas alrededor de la oficina. — Además, tu hijo ya está lo suficientemente grande como para saber a con quien acostarse y con quien no.

Logré enfurecer a mi jefe con aquel simple comentario. No tardó en echarme de allí.

Jereth.

Jugaba videojuegos en mi habitación, haciendo tiempo hasta que sea hora para ir al aeropuerto a recibir a Eita y Astrid de vuelta, cuando una llamada entrante, hizo que perdiera la concentración, provocando así que perdiera la partida.

Agarré el celular enojado y atendí la llamada.

— ¿Sí?

— ¿Jereth? ¿Dónde estás? — habló mi padre.

— Oh, hola papá. Estoy en mi departamento pero en unos minutos ya debo irme. — alejé la pantalla de mi oído para ver la hora rápidamente. — En diez minutos exactamente.

— Voy llegando, debemos hablar. 

— Aquí te espero.

¿Hablar conmigo? ¿Sobre qué?

Comenzaba a tener una mezcla de sentimientos; me sentía confundido y nervioso a la vez.

No tuve que esperar mucho tiempo hasta que tocaron el timbre.

— Papá, bienvenido. Pasa. — me hice a un lado para que entrara al departamento.

— Gracias, Jereth.