El abolicionismo de la prostitución es una corriente anti prostitución, que argumenta que todas las prostitutas trabajan forzadas en mayor o menor grado, aún no siendo conscientes de ello, y que por tanto es una forma de violencia de género.
Comparte el objetivo con el prohibicionismo, pero difiere en la forma de lograrlo, ya que en vez de centrar su persecución sobre las prostitutas y a los proxenetas, carga la responsabilidad al cliente y promueve su criminalización.
Es contrario al regulacionismo, este defiende que la prostitución es un trabajo, y reclama para quienes la ejercen tanto la equiparación de derechos con cualquier trabajador como el reconocimiento de sus necesidades específicas, por ejemplo, una atención médica adaptada.
La prostitución como explotación:
Coacción y pobreza:
En la mayoría de los casos, la prostitución no es una opción consciente y calculada. La mayoría de las mujeres que se convierten en prostitutas lo hacen porque fueron obligadas o coaccionadas por un proxeneta o víctimas del tráfico de personas o, cuando es una decisión independiente, generalmente es el resultado de la pobreza extrema y la falta de oportunidades o de serias causas subyacentes como la adicción a las drogas, traumas pasados (como el abuso sexual infantil) y otras circunstancias desafortunadas.
Estas feministas señalan que las mujeres de las clases socioeconómicas más bajas (mujeres empobrecidas, con un bajo nivel de educación, de las minorías raciales y étnicas más desfavorecidas) representan gran parte de la prostitución en todo el mundo; como afirma MacKinnon (2007):
«Si la prostitución es una opción libre, ¿por qué las mujeres con menos oportunidades son las que lo hacen con mayor frecuencia?". Un gran porcentaje de prostitutas encuestadas en un estudio de 475 personas involucradas en la prostitución informaron que se encontraban en un período difícil de sus vidas y la mayoría deseaba abandonar la ocupación. Catharine MacKinnon argumenta que «En la prostitución, las mujeres tienen relaciones sexuales con hombres con los que nunca tendrían relaciones sexuales. El dinero, por lo tanto, actúa como una forma de fuerza, no como una medida de consentimiento. Actúa como la fuerza física en la violación.»
Desde la perspectiva abolicionista el verdadero consentimiento en la prostitución no es posible. Sullivan (2009) dice:
«En la literatura académica sobre la prostitución hay muy pocos autores que sostienen que el consentimiento válido para la prostitución sea posible. La mayoría sugiere que el consentimiento para la prostitución es imposible o al menos improbable».
Finalmente, las abolicionistas creen que no se puede decir que alguien pueda estar realmente de acuerdo con su propia opresión y que ninguna persona debería tener el derecho de consentir a la opresión de otros. Según Barry (1995), no se puede medir la opresión de manera efectiva según el grado de "consentimiento", ya que incluso en la esclavitud hubo cierto consentimiento, si se define el consentimiento como la incapacidad de ver alguna alternativa.
Los efectos a largo plazo sobre las prostitutas:
Una de las razones esgrimidas para oponerse a la prostitución es que es una práctica que conduce a graves efectos negativos a largo plazo para las prostitutas, como trauma psíquico, estrés, depresión, ansiedad, automedicación a través del consumo de alcohol y drogas, transtornos de la alimentación, y un mayor riesgo para sí misma incluido el suicidio. La prostitución es una práctica de explotación, que involucra a una mujer que tiene relaciones sexuales con clientes a quienes no la atrae, y que también expone a las mujeres a violencia psicológica, física y sexual.