Pegó la cabeza contra la ventana y sus ojos comenzaron a cristalizarse. Estaba acostumbrada a sentirse triste y decepcionada cuando lo normal sería enfadarse, porque más valía lamentarse que luchar por lo imposible. Y aunque ahora era por fin presa de la ira, su cuerpo seguía repitiendo el mismo mecanismo de indefensión.
-Aquí tiene. Muchas gracias. Sí, sí, estoy bien.
Se bajó del taxi y pasó el dedo cicatrizante por la mejilla. Lo vio manchado de máscara negra, suspiró.
Dio sus primeros pasos en lo que para ella era un camino de rebeldía contra sí misma. No sólo estaba harta del chico que le rompió el corazón, lo estaba del mundo y también de ella misma. Anhelaba ser otra persona, tener otra historia, vivir otra vida. Determinada a perseguir eso, se plantó frente a una puerta de madera maciza y llamó con sus nudillos.
-Roma.
-Sí, venía a traerte esto.
-No- No era necesario. Ya me habría pasado yo en otro momento.
La mueca de su cara reflejaba la incomodidad que le estaba hirviendo dentro. No esperaba volverla a ver tan pronto. Ella lo miraba fijamente, estaba inmersa. Él reaccionó, quería acelerar el tiempo.
-Mmm, oye, se me está haciendo un poco violento. Es mejor que te vayas.
Ambos estiraron sus brazos, ella el derecho y él el izquierdo, para entregar y recoger una pequeña caja. Sus manos nunca llegaron a tocarse, y ella sintió alivio, pero él vio iluminado un pensamiento intrusivo: '¿Volveré a verla?'.
-Sí. Adiós.
Roma se dio la vuelta y deshizo lo andado con la maleta en la mano. No habían pasado cuatro segundos desde que volvió a ver su cara y ya se le había olvidado, otra vez. La rabia renació dentro de sí y la obligó a pararse para mirar hacia atrás. Él no se había movido. Y no se movería hasta perderla de vista.
A diez minutos de aquella casa había un hotelucho en el que pasaría la madrugada, porque bien temprano salía el tren que la sacaba del tugurio en el que se había convertido aquella ciudad. Había calculado al mílimetro su plan de huida, y en él, este paseo estaba incluido. Ni siquiera ella misma sabía si lo estaba porque albergaba la esperanza de que él viniese corriendo tras de ella y la llevase de nuevo al calabozo que era su vida cuando estaba tranquila y cómoda.
En la recepción le entregaron las llaves y ella, el dinero. Recibía una pensión decente y su padre le daba todo lo que podía, porque no quería que su hija trabajase pudiendo estar estudiando y, pensaba, aspirando a algo mejor. Ella cumpliría con ello, pero lejos de su tierra natal, por lo menos durante un tiempo. Él, pensaba ella, lo entendería.
Al llegar, la habitación estaba hirviendo, era verano por mucho septiembre que hubiese acabado de empezar. Roma se acercó a una ventana para abrirla y dejar correr el aire. Un hilo verde serpenteó a través de la apertura, movido por extraños principios. Ella lo observó con curiosidad, pero un escalofrío le estalló en la nuca y la sacó del ensimismamiento.
Aunque era tarde, aquella ciudad, vio por la ventana, bullía enérgicamente, como si emprendiera una carrera para atrapar a quienes la habitaban. Roma, notando esa presión, se sintió asfixiada por unas manos invisibles. No se iba a dejar vencer. Sus venas ya no llevaban sangre, sino gasolina -en realidad era adrenalina-, y la sensación de desasosiego que el lugar despertaba en ella la empujaba a escaparse.
Por esa noche, iba a ignorar todo lo que pasaba por su cabeza. Se paró frente al espejo del armario y vio una marca roja que seguía la línea del fémur, naciendo en la cadera. Era del pantalón tan ajustado que acababa de sacarse, o de sus cadenas invisibles. Su madre, llamada Azahara, había tenido una marca igual en el vientre, de cuando Roma vino del revés al mundo. Había querido salir a la luz con los pies por delante, pero la vida le costó a su madre una cicatriz.
Por esa noche, iba a darse un respiro. Preparó la bañera y se desnudó completamente. El agua estaba caliente y la hacía sudar, pero calmaba el creciente nerviosismo. Un lengüetazo de fuego empezó a azotar sus muslos. Se había recostado, levantado las rodillas y abierto las piernas. Se tenía para sí sola.
Mañana sería un nuevo día.
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¡Hola, amigas! Espero que os haya gustado este breve primer capítulo. Al ser cortito, pude subirlo antes, así que no quiero oír (ejem, leer) quejas jajajaja
Adjunté una canción de Nathy Peluso que me gusta mucho y que habla de una rabia desatada por un chico. "Para qué explicarte donde vivo si tú eres mi casa", precioso verso. Echadle un ojo, muy recomendada :)
Comentad qué os ha parecido y si queréis, ayudadme con un voto. Más que necesitar validación, necesito apoyo, y lo valoro mucho. Nos vemos en el próximo capítulo.
Mil besos ♥️
Cleobulina.
17 de agosto de 2019.
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Roma Zambrano
General FictionLa rabia es un motor, y las personas, como Roma, son un todoterreno. 'Al romperse su relación, toda la cólera que Roma Zambrano había estado guardando durante su juventud comenzó a diluirse en el sudor que emanaban sus poros. Un enfado tan enfermizo...