Capítulo 2: Exilio

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'Voy a estar bien', 'voy a estar bien', se repetía Roma mientras su corazón se quebraba. Sabía que había que dar el paso, pero el temor la carcomía. Pensaba en sus amigas y amigos, en su familia, en el buen ambiente que se respiraba en su universidad, en la seguridad de lo conocido. Pensaba en lo tranquila que le había sido la vida hasta ahora, que no podía soportar nada de lo cotidiano.

Ella no iba a darse cuenta hasta más tarde, pero más que huir, se estaba aislando. Quería construír una muralla de granito a su alrededor, y estando cerca de quienes huía no era capaz. Sin embargo, poco le iba a durar la impermeabilidad, porque desde dentro se estaba desatando un torrente, un tornado, que iba a arrasar cualquier muro.

Hacía frío y el cabello suelto húmedo le helaba la nuca. Eran las cinco y cincuenta de la mañana, y su cara lavada se reflejaba en los cristales de los trenes que empezaban a circular por un paisaje rocoso y verde. Era una imagen preciosa que quedaría para siempre en su memoria.

—Vas a Lisboa?

—Sí. En el que sale en diez minutos.

Roma aguantó la mirada sobre quien había preguntado lo justo para darle a entender que no tenía ganas de hablar. Sentía que el cansancio le echaba los brazos encima al ritmo de un pobre perezoso, y era gracias a él que no estaba temblando del nerviosismo.

Se quedó dormida en el tren en cuanto se acostumbró a su ruido. Soñó con muchas cosas, con personas que nunca había conocido y con personas de las que acababa de distanciarse. El pecho le dolía con los ojos cerrados.

Se despertó con un grito en la garganta. Deseaba tener a Darío enfrente diciéndole que todo estaba bien, que él estaba con ella. Se le había clavado en el cuerpo como un cuchillo, y sacarlo de golpe le parecía imposible.

Alguien que estaba cerca de ella se dio cuenta de que algo no marchaba bien, pero tuvo miedo de meterse donde no lo llamaban. Su nombre era Óscar. Era un joven de labios gruesos y carnosos rodeados por barba y bigote tan densos como sus cejas del color del azabache. Sus ojos, de iris verde, su piel, del color de una nuez. Era bellísimo y, sobre todo, era una magnífica persona.

Él la siguió discretamente con la mirada cuando ella se fue al baño. Sentía curiosidad por ella, y sólo la había visto dormir.

Roma, aún habiendo despertado mal, empezó el nuevo día haciendo cosas que la hacían sentir mejor. Se lavó un poco en el lavabo y se cambió de ropa, así como se peinó y se maquilló a lo natural. Se sentía más instalada en la realidad si hacía lo que se esperaba que hiciese, aunque el highlight le gustaba hasta a las inadaptadas.

Ella también era hermosa, pero no le evitaba tener inseguridades. Se corregía el acné minuciosamente, y pintar sus suaves labios le importaba más que echarse sombra en los ojos, ojos que también eran verdes. Su pelo era corto, ondulado y oscuro, y unos mechones cubrían los lados superiores de su rostro, acentuando su nariz respingada.

Al volver a su asiento, agarró su cuaderno verde azulado y se puso a escribir, una de sus mayores aficiones. Escribía sobre sí misma, sobre los demás, sobre paisajes, sobre situaciones, sobre ideas... Sólo quería exorcizarse y, aunque también le encantaba la pintura, era más precisa escribiendo.

Ya estaban en Portugal por aquel momento, pero aún quedaba tiempo de viaje. Roma se vio de pronto enamorada de un paisaje verde como las lechugas, lleno de una magia que no supo describir en sus papeles, pero que sabía que ella bien iba a entender. Ríos, riachuelos, montañas, llanuras... Era paradisíaco.

Una canción de Gata Cattana comenzó a sonar en sus auriculares. 'Todas las ciudades se me quedan chicas. Todo me parece poco, se me viene abajo todo lo que toco. Tú pide por esa boquita. Yo sigo inquieta, inquieta. Veo lejos, siento las grietas. Tengo las preguntas, las dejo reposar y luego por la mañana las recojo y eureka.' Roma se sentía tan identificada con las letras de la joven poetisa y rapera que llegaba a llorar escuchándolas. La piel se le ponía de gallina, por la nuca viajaba un escalofrío, y sabía que seguía viva, que su corazón sanaba.

Una mano en su antebrazo la sacó del trance.

—¿Estás bien?

Ella lo miró a los ojos y sintió un pinchazo en el estómago. No llegó a responder. Para secarse las lágrimas recibió un precioso pañuelo de tela bordado, como los que su abuelo solía llevar. Esbozó una pequeña sonrisa con el recuerdo, sin dejar de estar sorprendida porque un chico lo llevase.

—Debe de ser muy conmovedor lo que estás escuchando, ¿Puedo?

Roma rió por primera vez aquel día.

—Claro, acércate.

Óscar se sentó a su lado y ella le tendió uno de los auriculares. Él no fue capaz de ocultar que ella le gustaba cuando intencionadamente rozó sus dedos.

Estuvieron callados durante dos o tres canciones. Estaban llegando a su destino.

—¿Conoces la ciudad?

—No. Es la primera vez que vengo. ¿Tú sí?

Él, sonriendo, asintió con la cabeza. Roma no sabía qué pensar, qué sentir, qué decir. Estaba abrumada. Un torbellino de emociones se habían acumulado en una cajita de su pecho y, como los desastres de la caja de Pandora, estaban esperando a ser desatados.

Al final acabó diciendo, justo antes de que avisaran por altavoz de la llegada:

—¿Me haces una excursión?

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Hola amigas, ¿qué os ha parecido este capítulo?

Voy lentamente y sobre seguro, no quiero acelerar demasiado las cosas, ¡pero me gustaría muchísimo estar ya escribiendo sobre la nueva Roma!

Sobre la descripción de Roma: la chica de la anterior portada (Jane Birkin) no es ella, solo la escogí porque la foto quedaba bien. Ahora la he cambiado y la chica es Taylor LaShae, que se le parece un poco más. La descripción de Óscar es de un tío real, pero no es hombre público, así que no podéis ver la carita de ángel que tiene. Confiad en mi palabra <3

Me ayudas mucho votando y comentando :)

Besos ♥️

Cleobulina.

21 de agosto de 2019.

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⏰ Última actualización: Aug 21, 2019 ⏰

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