Parecía que nada había cambiado, el mismo bosque, las mismas piedras, los mimos soldados. No entendía que era lo que acababa de suceder.
Mi escolta comenzó a caminar, rodeándome de nuevo. Podía escuchar ruidos de cosas moviéndose entre los árboles en medio de la noche, que me hacían agradecer la compañía de los hombres alados.
-¿Por qué el portal no nos teletransportó? –me animé a preguntar.
Los soldados se miraron entre ellos. Thomas me miró como si fuera la criatura más ilusa del planeta, y me sonrió.
-El portal no está para eso –río. –Piensa que es más bien como una puerta invisible, de una muralla invisible.
No estaba muy segura de haberlo comprendido bien. Sin embargo estaba menos confundida que antes, además no me animaba a preguntar de nuevo.
Llegamos al final del bosque, donde comenzaba una ruta de tierra. El problema era que una zanja de más de dos metros nos separaba de ella. Para los guardias era solo revolotear un poco sus alas y volar hacia el otro lado. Pero si yo llegaba a saltarla me caería... Con suerte era capaz de saltar el cordón de la vereda inundada en la calle cuando llovía.
-Yo no puedo volar –les recordé rodando los ojos.
Todos me miraron como si fuera una clase de bicho extinto. Algunos hasta se dignaban a parecer enojados con migo, ¡como si fuera mi culpa!
-No tenemos tiempo para ir hacia el atajo del cuarto reino...
-Si nadie habla de esto, me ofrezco a cruzarla.
Todos asintieron.
El guardia que había hablado voló hacia donde estaba yo. Me miró serio y no pude evitar reírme de su seño fruncido. Tenía los ojos azules y el pelo negro tirado hacia atrás, con alas azules que se aclaraban hacia las puntas.
Tomó mi brazo derecho y lo paso por encima de su cabeza, para después sostenerme por debajo de mis hombros. Comenzó a aletear con fuerza y nos elevamos del suelo.
-Llegas a comentarle esto a alguien y estás muerta, humana –me susurró.
Me puse totalmente roja cuando sentí su aliento en mi oreja. Si no fuera porque estaba volando seguramente mis piernas hubieran perdido el equilibrio.
Asentí y él comenzó a bajar lentamente hacia el suelo del otro lado de la zanja.
-Gracias –logré articular.
El joven asintió y ocupo su lugar rodeándome como todos los demás.
Teníamos que seguir caminado, lo cual se sentía pesado y tonto después de haber hecho alto tan parecido a volar. Si yo fuera como ellos, estaría volando todo el tiempo, sin embargo mi guardia prefería caminar. No los comprendía.
-¿No iremos caminado hasta la ciudad no? –dije. –Digo, con Zelina el viaje duró mucho... No quiero saber cuanto duraría a pie.
Todos comenzaron a reír y el guardia que me había ayudado a volar rodó los ojos.
-No iremos caminado –respondió seco.
-Pero estamos haciendo eso ahora...
-Pues espera.
Ni siquiera se molestó en mirarme mientras hablaba, solo mantenía la vista fija en el camino. Pateé la tierra y seguí caminando ya cansada. Debí haberme quedado en el castillo, probablemente mi familia estaría pensando que había ido a casa de alguna amiga.
Suspiré, era tonto lo que estaba pensando. Había desaparecido todo un día, obviamente habían llamado a todos mis conocidos para darse cuenta que no estaba con ninguno de ellos.
Mi escolta se detuvo. Había un camión blanco estacionado a un costado de la ruta. Un hombre de pelo rojo que brillaba en la oscuridad, con chispas revoloteando a su alrededor, no esperaba apoyado contra él.
-Hasta que llegan –se quejo riendo.
-Ahora si les creo que no iremos caminado –susurré.
Escuché como algunos reían por lo bajo.
-Vamos, suban.
El hombre abrió la puerta del camión, subió la mitad de mi escolta para inspeccionar el interior del vehículo. Cuando terminaron hicieron señas para que subiera, pero el hombre de pelo en llamas me detuvo tomándome del brazo.
-Necesito tu dirección.
Una voz en mi cabeza me detuvo al principio, recordé a mi padre diciendo que no le diera mi dirección a extraños. Sacudí la cabeza, eso era ridículo, ellos solo trataban de ayudarme. Le pase la calle y el número de mi casa, a la vez que las calles que cortaban por las esquina, por las dudas.
Me senté en medio de los guardias alados. Sin darme cuenta, tome el asiento al lado del chico de seño fruncido, le di un codazo para molestarlo, ya que él solo miraba el piso de metal.
Él soltó algo parecido a un gruñido y me miró alzando una ceja. Le sonreí mostrando mis dientes y creo que él estuvo cerca de pegarme una cachetada. Pero el camión arrancó y caí sobre sus piernas por la fuerza.
Todos se rieron y yo sentí como mi cara empezaba a cambiar de colores como un camaleón. Me acomodé en mi asiento y me pase el resto del viaje mirando mis manos temblar.
El sueño me iba ganando de a poco y empecé a dar cabezazos. Tenía que mantenerme despierta, no quería seguir siendo el objeto de risas de los guardias. Sin embargo cuando detuvieron el camión, el frenazo me despertó y me hizo dar cuenta que en algún momento me había quedado dormida sobre el hombro del chico y hasta había tenido la mala suerte de babearle el uniforme.
Ignoré su mirada y arreglé mis cabellos.
Abrieron las puertas y todos bajaron para luego ayudarme a mí.
Corrí hacia mi casa, salté la cerca del jardín delantero y toqué timbre desesperada. No estaba pensando con claridad, lo que había hecho era casi un suicidio. No había ideado ninguna excusa, ni siquiera sabía que iba a decirles.
Entonces la puerta se abrió y una figura femenina cayó sobre mí, envolviendo sus brazos a mi alrededor. Mi madre vestida con su pijama largo me miraba con lágrimas en los ojos y besaba mis mejillas.
-¿Dónde has estado? Tus hermanos se preocuparon cuando no apareciste en el colegio –noté como trataba de no llorar. -Te hemos estado buscando todo el día.
-Tiene mucho que explicarnos.
Una voz que no conocía habló detrás de mi madre. Levanté mi vista para ver al hombre uniformado de azul con la placa en su pecho. Miré fuera y pude ver la patrulla de policías apagada detrás del camión del que había bajado.
Ahora en serio estaba metida en problemas. Hubiera sido mejor que me dieran por muerta mientras seguía en Golum.