Charla de amigas

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Llegué a al final de la torre, con la respiración entrecortada. Seguramente había perdido más kilos que en toda una vida de gimnasio por subir tantas escaleras. Golum debería actualizarse y colocar ascensores, o quizás escaleras mecánicas.

Zelina seguía sentada contra una esquina, escondiendo su rostro entre las piernas. Parecía que estuviese llorando, aunque por su estilo de chica mala, probablemente, ella misma no se lo permitiría.

-¿Volviste?

-No, soy un holograma –se me escapó.

Después se me ocurrió que capaz no sería la manera más adecuada de tratar a una princesa, pero al final dejo de importarme. Dentro de poco no lo sería más.

-¿Has venido a burlarte un poco?

-Mmm... no, lo siento.

Ni siquiera yo sabía porque le estaba pidiendo perdón, tenía un cerebro demasiado débil. Supuse que era por todo lo que estaba sucediendo, me resultaba ridículo que la exiliaran por haberme traído. Ni que estuviera masacrando a todas las razas.

-¿Entonces para que has venido?

Ella se paró curiosa y se apoyó contra los barrotes de hierro. Al parecer había tenido razón. Su rostro estaba tranquilo, sin rastros de haber llorado. En secreto, le guardé algo de respeto, yo en su situación estaría destrozada.

Me acerqué un poco más a la celda, después de todo ella estaba encerrada y no tenía nada con que herirme. Salvo las chispas de su pelo, temía que terminaran quemando mi ropa de tan alto que saltaban.

-Un hombre quería traerte esto, pero no lo dejaron subir.

Pasé el paquete por entre los barrotes de la celda. Ella me miró a los ojos, dudando sobre si debía tomarlo. Estuvimos unos minutos mirándonos entre nosotras, hasta que bajé la vista avergonzada y ella tomó el contenedor de entre mis manos.

-Gracias, supongo –susurró.

Le sonreí.

-¿Te molesta si me quedo?

No contestó. Volvió a su sitió, escondida en una de las esquinas de la celda.

La pregunta solo había sido de cortesía. Así que, de todos modos busqué un lugar donde poder sentarme. Pero el lugar no estaba preparado para visitas, por lo que no había nada más que el piso.

Ella desenvioló su paquete y comenzó a comer con delicadeza lo que sea que fuese eso. Era una masa verde con pequeñas semillas agregadas, o lo que supuse que eran semillas.

-¿Vas a mirarme comer? –dijo elevando una ceja. –Esto es sospechoso, ¿no habrás envenenado la comida?

-¿Por qué te haría algo malo? –respondí confundida. –No me has hecho nada malo.

No respondió y se centró en la comida de nuevo. Tengo que admitir que en serio debía de tener hambre, como para comer algo traído por un mí.

-Quien sabe –dijo de repente metiendo un trozo en su boca. –Capaz te habías ofendido.

-Para nada –contesté sonriendo. –Me parece de más todo lo que han hecho.

Levantó la vista, tratando de adivinar si estaba hablando seriamente. Seguramente esperaba que comenzara a reír a carcajadas diciendo que era una broma, que solo venía a reírme en su cara por su desgracia. O eso fue lo que interprete de su mirada.

-Solo quería saber –dije. -¿Por qué?

-¿Por qué? –repitió pensando.

Tenía la vista clavada en el contenedor sin demasiado ánimo para seguir comiendo, o para seguir hablando.

-No lo sé, Ned y Helen me hablaron de ti... Que te habían visto la mañana del sábado, que de alguna manera tú también los habías visto–siguió con énfasis en la última palabra. –Hable con Claire, con Luna, hasta con Lena, pero ninguna creía que fuese posible. Me dijeron que si fuese real pagarían por verlo, hasta Luna me dijo que daría lo que sea por un humano con tus capacidades. Yo solo quería algo de reconocimiento, todos me miran raro todo el tiempo, esperando que vuelva a cometer un error. ¡Solo quería que cambiaran su opinión de mí!

Estaba empezando a pensar que Zelina creía estar en el psicólogo. Estaba expulsando sobre mí todos sus problemas. Yo le había preguntado, pero no esperaba un guión de Hollywood como respuesta. Mucho menos que se abriera tanto con migo, al parecer el cautiverio durante cuatro horas la habían vuelto loca.

Pensé en decirle alguna frase consoladora. A pesar de su intento de ser la chica mala, tenía el seño fruncido y notaba como estaba tratando de evitar llorar. Pero yo no era buena con esto, no supe que hacer. Así que solo me quede ahí, esperando que se le pasara...

-No entiendo porque se ha armado tanto problema -escondió su cara entre las manos y supuse que lo hacía para que no la viera llorar. –Todas querían ver a un espécimen como tú, se los consigo. ¿Y qué recibo a cambió? Obviamente, ser expulsada de mi hogar.

Escupió lo último con sarcasmo y furia. Estaba empezando a pensar que Zelina tenía razón, ella debió haber dicho todo eso en la Asamblea. Todo esto era injusto.

Levantó la cabeza, tenía todo el maquillaje corrido y había rastros húmedos en sus mejillas. Saqué un pañuelo blanco, bordado con el escudo del primer reino, del pequeño bolso que me había dado Luna. Estiré mi mano por entre la reja para alcanzárselo.

-Vamos –dije intentando calmarla. –Podrás seguir tu vida en la Tierra. No es tan mala... Después de todo, no es el fin del mundo.

Ella rodó los ojos y soltó una carcajada, cuyo sarcasmo podría haberlo sentido a kilómetros de distancia.

-Me mandan a un planeta decrepito, donde no hay magia y la poca que hay la desprecian. ¡Acá era una princesa! Ahora voy a vivir como una cualquiera, rodeada por el resto de mi vida de humanos que me tratarán igual de mal que al resto –dijo mientras comenzaba a llorar de nuevo –Si es el maldito fin del mundo.

No supe que responderle. Nos quedamos unos minutos mirándonos en silencio.

Escuché pasos subiendo por la escalera. El guardia de Luna ya había venido a buscarme. Zelina le tiró un beso desde la celda cuando sus miradas se cruzaron, él la ignoró.

-Señorita –dijo sin lograr ocultar del todo su enfado. –Tiene que bajar.

Miré a Zelina. Estaba Acostada en el suelo de espaldas a nosotros.

-Si vámonos. –dije sin correr la vista. –Adiós princesa.

Ella no respondió.

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Fin del Mundo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora