[ 03 | mátala ]

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Song Haneul

Ese mismo fin de semana, Choi San comenzó a trabajar en el bar de Mingi. Ni siquiera pudo hablar con mi primo sobre el asunto; ya había firmado el contrato.

Ese sábado por la noche, desde que apareció en el local, envuelto en aquel aura que no sabía describir, la sensación de peligro no se fue de mi interior.

Pude examinarlo más a fondo mientras recogía los pedidos de las mesas y me los transmitía a mí o a Jein. Ella parecía encantada con nuestro nuevo empleado, pero yo seguía sintiendo algo extraño cada vez que mis ojos se hundían en él.

—Te dije que era guapo, ¿verdad? —me dijo en voz baja Jein, justo cuando él estaba recogiendo una mesa.

Lo examiné de nuevo. Era atractivo, podía darle eso a mi amiga, pero no parecía sincero con sus acciones. Medía todo lo que hacía, como si tuviera miedo de equivocarse en algo, y percatarme de ello logró enviar un escalofrío por toda mi zona lumbar.

—No me gusta, Jein ...

—Pues tus ojos dicen otra cosa; no has dejado de mirarlo en toda la noche, Haneul —me picó, riendo.

Fue entonces cuando la miré, indignada por sus suposiciones, y alejé mi atención del chico.

Esos últimos días habían sido de lo más agotadores para mí y todavía permanecía alerta por cualquier tontería. Ese malestar no se iba y la llegada del desconocido no hacía más que agobiarme. Por mucho que intentara olvidarme de lo que había pasado, su presencia no ayudaba en absoluto a que mi ansiedad descendiera.

Cada vez que conseguía concentrarme, la incomodidad regresaba a mí y no podía evitar buscarle con la mirada. Más de una vez, descubrí que Choi San también me observaba. En esas ocasiones, volvía la cabeza rápidamente, huyendo de sus orbes oscuros. No sabíamos quién era, de dónde venía ni qué buscaba allí, pero Mingi parecía no desconfiar de él. Estaba confiando tanto en él que me asustaba.

—¿Haneul?

Me giré al escuchar que alguien decía mi nombre y lo encontré a él, apoyado en la barra con una pequeña sonrisa surcando sus labios.

Fruncí el ceño.

—¿Qué quieres? —le pregunté, mirando el libro de cuentas.

—¿Por qué no has dejado de mirarme?

Dejé de respirar y, con algo de valor, alcé la barbilla. Sus ojos resultaban cálidos, a su manera, pero seguía habiendo algo tenebroso en ellos. Algo que me hacía temblar de pies a cabeza.

—Superviso que no cometas ningún fallo. Estás en tu período de prueba, ¿recuerdas? —le expliqué, esperando que bastase para borrar el gesto de satisfacción de su rostro.

—Y te lo agradezco, pero parece que eres tú la que se está equivocando —dijo él, entre pequeñas risitas.

—¿Qué?

Fruncí el ceño, viendo cómo caminaba paralelo a la barra y entraba en la parte reservada al personal. Limpió sus manos en un trapo cualquiera mientras se acercaba a mí y de pronto se detuvo a mi lado. Yo respiré hondo, incómoda por su cercanía, pero él continuó y agarró el bolígrafo que tenía entre los dedos. Le sacó la capucha con los dientes y se inclinó sobre mí para añadir algo a la hoja.

Su pelo me rozó primero el hombro y después la mejilla, congelando mis extremidades. Él escribió algo durante unos segundos, haciendo chocar nuestros brazos a propósito. Acabó y se incorporó levemente. Apenas había distancia entre ambos, pero a él no parecía molestarle aquella proximidad.

devilish » san |+21|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora