Sentencia

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Erina odiaba los hospitales; jodidamente blancos, el tiempo se congelaba en esos lugares, la comida era una mierda, soportar el carácter de culo de algunas enfermeras que se paseaban por los pasillos, odiaba los hospitales, eran como perreras para humanos, sin embargo, estaba en uno, soportando, por alguien que jamás había visto en su miserable vida.

Como si su vida ya no hubiese sido un infierno de por sí.

La mirada amatista analizó al chico, sinceramente esperaba una señal de vida, la única que observó fue la de máquinas que lo monitorean,  menuda enredadera de cosas conectadas a él. Tenía demasiadas vendas, un yeso en el brazo derecho, entre otras cosas que solo mostraban la fragilidad de su cuerpo.

Se acercó, tomó una de sus manos —Aferrarte a la vida es lo único que te queda— susurró a su oído, aunque más que para el chico, esas palabras fueron para ella.

Tenía claro que él no lo había tenido fácil, sintió lástima por su pobre ser. En un mundo de presas contra depredadores él ni siquiera estaba listo para competir contra otros de su nivel, un lastre.

La luz tenue de la lámpara le mostró el rojo de sus cabellos, la complexión de su rostro, en serio, que desperdicio, era un tipo lindo, hasta ella sintió algo de rencor por quién sería el idiota que quería desperdiciar esa carne fresca.

La puerta se abrió, un par de plagas entró, el doctor y una enfermera.

—¿Y bien?— dijo el doctor —¿Hablara con nosotros?—

—Ya le dije lo que pasó— respondió seca sin dejar de ver a su paciente.

Aunque ella omitió los detalles sobre alguien más en la escena del crimen y que el chico estaba atado de manos cuando lo embistió con su auto. Simplemente dijo que él se le cruzó.

—No me lo creo— soltó mientras anotaba algunas cosas en un portapapeles.

—Para lo que me importa—

El doctor y la enfermera se vieron ambos impactados, esa chica estaba siendo prepotente incluso en la situación en la que estaba.

—¿Entiende el predicamento en el que se encuentra?— dijo amargamente.

—Mi auto está afuera, ¿Quiere arreglar mi parabrisas?— volteó en su dirección —Estoy aquí y le garantizó que no me iré hasta que este chico abra los ojos— señaló al joven postrado en la cama —Déjeme en paz de una puta vez—

—Bien— se rindió —Igual tendré que notificar esto—

La enfermera estaba colocando lo que parecían ser algunos analgésicos por intravenosa al joven, tal vez le ayudaría con el dolor.

Luego le entregó a Erina lo que parecía ser un recipiente, tenía las pertenencias que el joven llevaba con él el día que ingresó al hospital; su mugre ropa, la bandana que le había puesto en la cabeza, un bolígrafo, dulces de chocolate que por la marca entendió que eran de pésima calidad, un lápiz labial y una foto rota en mil pedazos que estaban pegados con cinta adhesiva, apenas y podía decirse lo que era, una foto familiar, parecían faltar más pedazos.

Erina vio con mala cara a la enfermera, eran cosas que no le interesaban, supuso que al menos iban a deshacerse de la ropa, todo aquello le provocaba náuseas, cada cosa estaba teñida de un tipo de rojo, sangre ya oxidada.

Luego le entregó unos papeles, ella los analizó y entendió que eran facturas de gastos médicos, precios elevados.

—Gracias— dejó el recipiente en la habitación y se fue derecho a caja para cancelar las facturas.

Un Ángel Que Inhala PlomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora