Primer Aviso

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Uffff~

Un capítulo muy largo, ya tenía olvidada está historia, pero estoy segura que esto es una subida de emociones, mi idea es que puedan quedar todavía más confundidos Ji Ji Ji

Por favor, disfruten de mi pequeño gran infierno.



















—Creí que te irías al infierno—

La sombra aún no desaparece, sigue de pie, se lame los labios y sonríe, por más que se restriega los ojos no se desvanece.

—Yo también pensé lo mismo de ti, Azami—

La recuerda, masticó tanto su piel que su lengua aún tiene el sabor a ella, los ojos de una maldita, su fragancia todavía es de canela y café, tan cálida, tan falsa.

Ella no deja de sonreír, cada que puede le devuelve el gesto que él nunca pidió ¿Tal vez solo está exagerando y ella viene por un problema común?, no, esa idea se descarta inmediatamente cuando escuchó el nombre de su hija como parte importante en la ecuación “¿Erina, en qué otra mierda me has metido?” apretó el nudo de su corbata cuando lo pensó.

—¿Te comió la lengua el gato?— jugueteó con él, con la gracia de una mariposa fue en busca de la silla de su escritorio, se sentó, subió las piernas cruzándolas en la mesa —Tu silencio me empieza aburrir—

—Tamako, ¿Qué es lo que quieres?— Azami puso las manos sobre el escritorio, su mirada oscura se atrevió a preguntar a la indeseada —¿Qué es eso que tiene que ver con Erina?—

—Soma— ella dijo, el ambiente se volvió sombrío y sus palabras eran como ácido raspando su garganta —Es mi hijo, ¿Lo recuerdas?—

Azami intenta desvelar el tono grueso de su voz, pero ante esas palabras solo hay algo que cruza su mente —¿Escapó?— era un caos lo que pasaría si eso era cierto, estaba rogando porque ella solo estuviera en un juego.

Tamako alzó la vista, tenía pequeños destellos cristalinos en sus ojos, lentamente asintió, haciendo que Azami se horrorizara ante la cantidad de eventos trascendentales que inundaron su mente.

—¡¿Cómo es posible?!— azotó unas tres veces el escritorio con sus manos, cada golpe retumbaba en la oficina, violento, violento e inseguro —¡Dijiste que no lo tendrías vivo mucho tiempo!— dio pequeños círculos en el lugar —¡Maldita perra!— la señaló mientras hilos de saliva salían furiosos de sus fauces —¡Maldición!, ¡Maldición!, ¡Maldición!— una monotonía de odio.

Le ayudó tanto como pudo, a ese estúpido instinto maternal que ella le rogó que respetara, le dijo que mentiría sobre su hijo, que no la delataría, todo tiene un precio ¿Un año?, ¿Dos años?, no, el bastardo de cabellos rojos no debía ni siquiera pasar de los quince años de vida, ella juró que lo mataría luego de extraer todo el afecto del niño, ¡Grandísimo Idiota!, debió suponer que ella no haría tal cosa.

—¡Cállate!— ella se levantó del escritorio, tomó por el cuello de la camisa al maldito cobarde y lo acorraló contra una pared —¡Tu maldita hija es quien lo tiene!— escupió furiosa mientras el aliento de ambas bestias se mezclaba —¡Lo mataré en cuanto lo tenga pero debes ayudarme a quitárselo, esa perra de ojos violetas me está comenzando a matar indirectamente!—

—¡Es justo como hace doce años!— le reprochó sus mentiras —¡Dijiste que lo matarías pero mira hasta donde nos ha llevado tu amor enfermizo!—

Ella lo soltó luego de eso, sus manos temblaban y su corazón sintió que iba a mil por hora.

Ahora entiende la cobardía de ese hombre, después de todo, ese maldito apuñaló por la espalda a su esposa siendo ella un ser noble, así que solo hay una manera de hacer las cosas, ambos deben mascar de lados opuestos para ver quién tiene mejor juicio.

Un Ángel Que Inhala PlomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora