Mono no es lo mismo que macaron, ni macarrón ni macaco, está escrito mal.

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Mackenzie tenía 7 años cuando su padrino le dio el regalo que siempre lleva consigo. Un collar de una pluma de plata. Parecía simple pero para Mackenzie era hermoso.

La última vez que vio a su padrino sus palabras fueron las siguientes:

—"Este collar es importante, llévalo siempre contigo. Sabrás cuando es el momento de la pluma."

Las palabras de su padrino siempre sonaban sarcásticas y a pesar del sinsentido para una joven de 9 años en aquellas últimas sonaron solemnes y prudenciales, prediciendo un futuro incierto.

Mackenzie recordaba aquellos ojos oscuros sin fondo y la mano en su hombro, y el perfume a olmo y a brisa de noche de verano.

Una bola de papel le sacó de su ensoñación. Estaba en el Instituto Westfield de Nueva York. El curso fue relativamente tranquilo. Excepto la vez que Ulrich Brine se metió con ella durante toda una semana, realmente sus palabras y sus maltratos apenas le afectaban, solo que se hartaba de que esta manera de acoso no le permitiese acercarse a los que organizaban el club de teatro por miedo a Ulrich. Mackenzie habiendo sido expulsada de 2 colegios anteriormente en Oregon decidió solo jugar a la ofensa indirecta, la directa hizo que una de las veces la mascota del equipo contrario se volviera loca y mor diera a tres animadoras. ¿Y a quién expulsan? ¿Al chico vestido de ave que grita ánimos de "Arriba, gaviotas", o a la que lo llamó mascota de pacotilla, no sabes llamar la atención ni aunque mearas al quarterback? Exacto, a ella. No, no meó al quarterback, después de arrojar a esas animadores y gritar por la gloria de la madre gaviota los guardias de Seguridad le custodiaron...en fin, volviendo al idiota de Ulrich.

Se le ocurrió un poema que recitar en literatura. Donde animaba a los pobres corazones llenos de rencor arrimaran al ojo humano, pensaran en la belleza del mundo y el odio que destinaban al mundo con sus actos.

Nunca. Nunca más Ulrich volvió a molestarla, después de esa clase salió dando tumbos llorando, y cada vez que le miraba se cogía la cabeza entre las manos y por unos segundos parecía ido. Luego vuelve a la normalidad. Eso durante dos semanas. Por aquello de que le hice llorar casi le expulsaron, igualmente este instituto es uno de los más prestigiosos, consiguió plaza porque su padre trabaja allí.

Aunque un poema pareciera ridículo descubrió que le servía para aliviar su tensión y agrandar su pasión, y combatir su TDAH.

Escribir era su vía de escape del mundo real.

Katie Gardner, su compañera de clase fue la que le tiró la bola de papel. Hizo un gesto con sus manos que le invitaba abrir la bola que le tiró.

Sin pensarlo apenas lo hizo.

Nos vemos tras las notas, en la salida del Instituto, debo contarte algo importante.

Hoy era el último día de clases, oficialmente estaba terminando sin ningún problema y con la seguridad de poder volver el curso que viene.

Mackenzie era una joven de mediana estatura, de pelos castaños excepto por las puntas de tinte azul, y una cicatriz en la ceja izquierda donde en un pequeño lado ya no crece pelo, esta cicatriz a veces le daba la sensación que la herida abierta seguía ahí, la mirada cínica de su hermano encima suya...

—"Ayers leyendo notitas en clase eh..." dijo con retintín el profesor Robinson.

Sus ojos ámbar le miraron con odio por milésima vez este curso. No podía irse sin otra vez hacer enfadar a Robinson.

—"Ahora estoy seguro..." susurró de un modo que solo Mack pudiera escucharle.

Aunque juraría que Katie estaba muy atenta al profesor y se estremeció.

Mackenzie Ayers y el mar de los monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora