LA MASACRE DE SAN RAFAEL

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¿Alguna vez has sentido que estás a punto de morir? Yo sí, yo sí he sentido ese sudor frío caer por mi frente y correr por mis mejillas. He sentido mis piernas temblar, mientras mi vejiga se contrae por esas inexplicables ganas de orinar. Ese miedo que causaba una presión en el pecho que me impedía respirar; esos dragones que me mordían en el vientre mientras esperaba mi turno para dormir en el regazo de la muerte.

Sí, estuve cara a cara con la muerte el día de la masacre en el colegio de San Rafael. Pero la euforia se esfumó, cuando los comandos de las fuerzas especiales de contingencia entraron y nos rescataron de esa terrible matanza; bueno, a los pocos sobrevivientes. Recuerdo que al salir de esa aula en la que me refugié, la imagen frente a mí era horrida y vomitiva. Una decena de cuerpos obstruían nuestro paso, el piso estaba repleto de ese líquido rojo y viscoso llamado sangre. Había sesos y excremento regados por doquier. No evité vomitar, cuando vi a mis compañeros, mis profesores y a mi novia Lana, en medio de los cadáveres.
Verla allí, con esos impactos de fusil en su pecho, desangrandose y con sus ojos abiertos; hizo que mi mundo se derrumbara. Mi mente se fracturó con el paso del tiempo. Su partida dejó una enorme grieta en el resto de mi camino.

Hoy, a un año de ese horrendo día, el necio destino me ha llevado una vez más a mis recuerdos más recónditos; esos que se albergan en las cloacas de mi mente. Hoy, justamente un 18 de septiembre, el servicio de paquetería ha dejado una pequeña caja de cartón en mis manos. Cuando abrí el paquete, encontré el diario de Lana. Empolvado, con sus hojas un poco húmedas y firmado con esa bella caligrafía que la caracterizaba. No hay palabras para describir el cosquilleo que sentí en mi vientre al leer su nombre en la primera página. Fue el regalo más hermoso que pude haber recibido.

LANA


Lana fue la niña más hermosa que jamás he conocido. Aún recuerdo el primer día que la vi; nerviosa y pálida en la entrada de nuestra aula. Su cabello rizado y castaño bailaba con el aire acondicionado que se encontraba sobre la puerta. Sus ojos de color azul y su delicada piel blanca me hipnotizaron. Era muy tímida, era notorio el terror que sentía al ver a un montón de desconocidos frente a ella. Aún así, correspondió a mí sonrisa.

Lana era una niña especial. Y no lo digo en forma romántica; me refiero a que su belleza venía acompañada de una discapacidad auditiva. Debajo de su cabello, se escondía un aparato que se posaba sobre su oído derecho; el cual le ayudaba a escuchar, aunque, con dificultad. Mis ojos se llenan de lágrimas, cuando llamo de nuevo a los recuerdos. La extraño. Su voz, su mirada, la suavidad de sus manos y esa ternura que despedía al abrazarme; son los tesoros más grandes e invaluables que he pérdido.

No se porque he recibido este hermoso obsequio, sin embargo, es lo que menos me interesa en este momento. El diario de Lana es lo que me hacía falta para alimentar su recuerdo. De modo qué, me coloco mis auriculares, reproduzco "Idontwannabeyouanymore" de Billie Eillish; su canción favorita y comienzo a leer esos escritos que me transportarán a la intimidad de la primera mujer a la que he amado... Mi hermosa Lana.


El diario de LanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora