Bruce Springsteen en la ciudad, y allí estaba yo con mis amigos de toda la vida, a la cola del estadio en el que tendría lugar el concierto. La gente estaba histérica dando gritos, mientras que yo a penas podía articular palabra de los nervios. Miré a mis amigos y sonreí.
Jane, mi mejor amiga, era una rubiaza de metro ochenta que hacía babear a quien se cruzara en su camino, y lo peor es que era completamente consciente de ello. Iba acompañada de Charles, su novio (al menos el de aquel fin de semana), el capitán del equipo de fútbol de una universidad a la que Jane y yo nos escapábamos al terminar las clases en el instituto para suspirar con las miradas de esos chicos.
Mirtle, por otro lado, no resaltaba tanto. Medía poco más de metro y medio, estaba entre el peso medio y la gordura y vestía ropas anchas. Nos conocíamos desde la infancia y nunca hablaba de chicos ni había tenido ningún novio. Se pasaba la vida sumergida en la literatura y dibujando bocetos que no dejaba ver a nadie, pero que un día se olvidó en mi casa: mujeres haciendo el amor. Sin embargo, nunca había confesado su homosexualidad. Y yo no la culpaba, dado el alto porcentaje de homófobos en nuestro instituto.
Y por último, a mi lado, estaba Mike. Era un chico pelirrojo bastante alto y complexión atlética que tocaba el bajo en un grupo al que a veces contrataba el bar de mi padre los viernes noche. Una noche empezamos a hablar y la gente afirmó que yo le gustaba, y aunque él me parecía atractivo, no le encontraba chispa alguna. Esa noche se había autoinvitado al oírnos hablar del concierto a Jane a mí en el bar.
Y entre la multitud estaba yo. Era una joven de estatura normal, delgada y con el pelo negro azabache hasta los hombros y flequillo recto. Mis ojos azul claro siempre iban delineados con eyeliner y mis labios teñidos de rojo. Aquella noche llevaba puestos unos pantalones negros cortos, tacones del mismo color, medias de rejilla y una camiseta de hombro caído gris.
Mike me rodeó los hombros con un brazo, sacándome de mi tornado de pensamientos. Le miré, suplicándole con la mirada que dejara de intentarlo, pero no surgió efecto y me sonrió apretándome más contra sí.
-Basta de parejitas-se quejó Mirtle al ver mi cara de susto y consiguiendo que Mike se separara y que Jane y Charles se rieran entre dientes-, que me deprimís.
-Tenía que haber traído chaqueta-se lamentó Jane, que esa noche llevaba una minifalda negra y un top blanco-, qué primavera más fría..
-Hay mucha primavera por delante, acaba de empezar-Charles le besó la frente.
La fila de gente empezó a moverse y llegamos a las gradas que nos habían asignado. El estadio estaba completamente lleno. Había un escenario en el medio del campo de fútbol y alrededor había aun más gente bailando y gritando.. todo pasó muy rápido. Parecía una discoteca al aire libre, con luces de colores por todas partes y el cielo estrellado y la luna llena sobre nosotros. Empecé a mover un poco la cintura al ritmo de la música, que no podía distinguir bien qué era, solo sabía que aun no era Bruce Springsteen..
Y entonces apareció en el escenario y rompimos en gritos y aplausos. Las primeras canciones las pasamos dando saltos, hasta que Charles sacó de su mochila una botella de vodka. Fui la única que la aceptó, y entre los dos nos la bebimos entera. Entonces empecé a tambalearme.
-Scar-me dijo Mike, sosteniéndome en brazos-, creo que deberíamos irnos, no estás en buen estado.
A penas terminó la frase, intenté besarle, obviamente debido a la cantidad de alcohol que llevaba en la sangre. Para mi sorpresa, se apartó y me miró muy serio.
-Pero si estás coladito...-reí.
-No pienso besarte estando borracha-bajó la mirada-. Sé que tú en verdad no quieres. Venga, vámonos.
Le abofeteé y salí corriendo como pude entre la gente, mirando fijamente el suelo y chocando con todo el mundo, que me insultaba a mí y a mi señora madre. Hasta que choqué de frente contra el pecho de un hombre y éste me sostuvo. Al alzar la mirada, encontré unos ojos verdes que me miraban fijamente y sonreían. Fueron los primeros y únicos ojos que he visto sonreír en toda mi vida.
-Te vas a hacer daño-gritó por encima de la música-. ¿Sabes dónde está el baño?
Negué con la cabeza y seguí corriendo hasta que logré salir del estadio. Era más de media noche y Jane tenía razón, hacía muchísimo frío. No había ni un alma por la calle y yo las recorría tambaleándome y soltando risotadas acompañadas de alguna lágrima sin sentido.
Acabé sentada de nuevo junto a la puerta del estadio, acurrucada en un rincón, y terminé durmiéndome. Poco después, Mike apareció y me llevó a casa. No recuerdo absolutamente nada más.