Neil.

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Me revolví entre las sábanas y mis pies chocaron con otros. Abrí los ojos con un bostezo y vi su maraña de pelo negro. Era el color más negro, más oscuro, que había visto. Lo acaricié y no pude retener una sonrisa. Aquella noche habíamos acabado durmiendo en mi casa, y nos besamos y nos abrazamos durante mucho, pero no llegamos a nada más. Supongo que las cosas se buenas se hacen a fuego lento.

Scarlet se dio la vuelta para mirarme. Tenía el eyeliner corrido y no había rastro del pintalabios rojo. Llevaba una camiseta mía, que le quedaba varias tallas grande, y una sonrisa de oreja a oreja.

-Buenos días-susurró, arrastrándose por las sábanas para acurrucarse en mi pecho.

-Buenas tardes-reí-, dirás. Ya ha pasado el mediodía.

-¿En serio?-abrió los ojos como platos y se levantó de la cama-Tengo que irme.

-¿Por qué?-aquel cambio tan repentino me había trastocado; la cogí por la cintura y la tiré de nuevo a la cama.

-Para-dijo, seria, volviendo a ponerse en pie. Los ojos azules en los que la noche anterior me había sumergido ahora se habían congelado tanto que si la tocaba podría quemarme.

Cogió su ropa de encima de mi escritorio y salió de la habitación. Entonces me di cuenta: mi padre estaba en casa.

-¡Scarlet!-exclamé, yendo tras ella, y oí un grito de mi padre.

Ella estaba en el salón al que daba la puerta de mi habitación, tapándose las piernas con la ropa, y mi padre desayunaba en el sofá, confuso y furioso.

-Neil-me fulminó con la mirada-, ¿quién es esta?

-Es Scarlet. Trátala con más respeto.

-¿Y qué haces aquí?-la miró de arriba a abajo-Mi hijo no necesita ninguna furcia que le joda la vida.

-¡Papá!-bramé, sintiendo la sangre hirviéndome-¡No es ninguna furcia! ¡Te he dicho que la respetes!-me giré y miré a Scarlet-Ve al baño a cambiarte. Te acompañaré a casa.

Sin decir una sola palabra, me hizo caso. Volví a enfrentarme a mi padre.

-¿Qué te pasa en la cabeza-me gritó-, chico? Puedes follarte a quien quieras, pero las mujeres te joderán la vida si las traes.

-¡Tú fuiste quien le jodió la vida a mamá!-estallé, furioso-¡Eres un cerdo asqueroso que sólo sabe arruinar a los demás! 

-No me levantes la voz nunca más.

Abrí la boca para contestar, pero entonces oí un portazo. Julieta se había ido.

Pasé la tarde entera en el paseo marítimo, mirando el mar y poniendo en orden mi mente. Aquel fin de semana me había enamorado de aquella chica, desde el momento en el que chocó conmigo en el concierto. Pero, en realidad, ¿qué sabía de ella? Todo y nada a la vez. Tal vez sólo le había contado lo que le convenía. Tal vez todo era mentira. Tal vez sólo me había utilizado. No éramos pareja ni mucho menos, pero aquella noche en el acantilado había surgido la magia, y sabía que ella también la había sentido. Y aquella mañana, al despertar y verme al otro lado de la cama, su sonrisa lo había dicho todo. Entonces, ¿por qué se había ido así, sin esperarle cuando le había dicho que la acompañaría? Ni siquiera tenía su número, pero ella sí el mío. Algo me decía que no me llamaría.

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