Neil.

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7:00 am. Ahí estaba yo, caminando rumbo a la nueva obra en una fachada que le habían encargado a mi padre. Al llegar, cansado por el concierto de la noche anterior, vi un bar en la acera de en frente. Pero lo que vi dentro me gustó más. Me peiné el pelo castaño corto hacia atrás, me palpé el bolsillo para comprobar si tenía dinero y entré al establecimiento.

Y la vi. La vi de nuevo, tras la barra peleándose con la caja registradora y maldiciendo por lo bajo. Alzó la mirada y clavó sus ojos azules en mí, justo como había hecho hacía unas horas en el concierto. Estaba algo desmejorada, con los ojos rojos y ojeras, pero seguía estando preciosa. No pude evitar sonreírme, pero una vez más ella no me devolvió la sonrisa.

-Buenos días-dijo, con voz algo ronca.

-Hola-me senté en la barra justo frente a ella-. ¿Me recuerdas?

-No-me miró con recelo y desconfianza, dando un paso hacia atrás.

-Ayer en el concierto... ya sabes. Soy el chico que te paró cuando ibas corriendo entre la gente.

-No me acuerdo-bajó la mirada y le di las gracias en silencio por dejar de torturarme con aquellos hermosos ojos azules-. Disculpe, ¿deseaba tomar algo?

-Sí. Un café con leche y una tostada, por favor.

Asintió, dio media vuelta para servirme el café y me fijé en sus caderas. Perfectas líneas curvas enfundadas en un vestido negro corto y un mandil blanco, con las piernas cubiertas de medias semitransparentes con una pequeña rotura en un lateral. No me cansé de pensar lo preciosa que era, y cuando se volvió para darme mi pedido, tuve que bajar la mirada para quitarme la cara de embobado que tenía en aquel momento.

-Tres cincuenta-dijo, arrugando los labios, rojos como la sangre, con indiferencia.

-Gracias-sonreí mientras le daba las monedas, y por un instante sus dilatas se dilataron antes de volverse hacia la caja registradora.

Mientras yo desayunaba, ella limpiaba las mesas que ya estaban impecables. Supuse que era una excusa para no estar cerca de mí, y yo sabía que me recordaba perfectamente por la forma que me había mirado en el concierto y cómo se dilataron sus pupilas aquella mañana.

Al acabar el desayuno, me levante, me despedí de ella con una sonrisa y salí del local rumbo a la obra.

-¡Neil!-me llamó mi padre-Baja un momento.

Maldije por lo bajo. Mi padre me había vuelto a pillar saltando por el andamio sin arnés, cosa que yo hacía muy a menudo sobretodo por las partes más altas. Siempre me había gustado saltar por allí, sintiendo el aire en la cara y un abismo bajo los pies. Tuve la tentación de bajar al encuentro de mi padre colgándome por las barras, pero eso sólo lo empeoraría, así que bajé por las escalerillas y me fulminó con la mirada. Papá era un hombre bajo, rechoncho, calvo y siempre estaba cómicamente malhumorado.

-¡Te he dicho que pares de hacer eso!-chilló, haciendo que el resto de obreros nos mirara-¿Y si el inspector te pilla haciendo eso, qué, campeón?

-Llevo casco-me defendí, dándome toques con el dedo índice en él-, papá. 

-Y la misma cara dura que tu madre-gruño, rebuscó en su carpeta y sacó unos papeles que me tendió-. Toma, déjalos en el ayuntamiento de mi parte,  ya que no haces una mierda tendré que ponerte de chico de los recados...

Mi padre siguió hablando, pero yo tenía la cabeza en la chica me labios rojos que me miraba tras la cristalera de su bar.

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