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Cinco años atrás


La anciana miró con desdén al lindo joven arrodillado de ojos tristes y lágrimas secas en sus pómulos; torció la boca y le tomó de los cabellos.

—Muy bonito— con uno de sus huesudos dedos levantó el mentón del joven, los padres de él le miraban con tristeza, la delgada y humilde mujer no dejaba de llorar en el cuello de su esposo. La anciana soltó una risa amarga y llamó a esos hombres altos y fornidos que le esperaban detrás en su fino automóvil, un saco de cuero repleto de fajos y fajos de billetes fue entregado a ambos padres, y el joven no pudo soportar más sus gemidos de dolor y tristeza pura—. ¿Cuántos años tiene?

El padre con un nudo en la garganta contestó.

—Diez, señora... Diez.

El joven se puso de pie y abrazó con fuerza a su reducida familia, acariciando el rostro sucio de su madre y mirando las ropas desgastadas de su padre, aferró sus puños en el cuello de su camisa mirándole a los ojos.

Le rogó a su padre el simple hecho de tenerlo bajo la calidez de su familia.

La vieja mujer chasqueó los dedos y aquellos altos e intimidantes hombres le tomaron sin tacto o delicadeza, y lo llevaron consigo detrás del altanero y lento caminar de la anciana.

Y desde ahí supo que no tenía esperanzas.

El trayecto de su humilde casa a donde sea que ellos le quisieran llevar fue, para él excesivamente arduo a pesar de que fue breve. Sus esbeltas y largas piernas temblaban al momento de bajar del automóvil —sujetado con fuerza por esos dos hombres— y su mandíbula tiritó al ver en dónde se encontraban; era una vieja y vergonzosamente olvidada casa, destruida, polvorienta y desagradable.

Sin siquiera hacer el esfuerzo de librarse del rudo agarre, caminó al paso rápido de la anciana y se adentró a aquella gran casa, topándose con una calma sala de estar, con hombres de su misma edad sentados en el piso frío de duela rota, con una mirada perdida y sumida en una profunda tristeza al verle, piel tan pálida que parecían hechos de papel, las lágrimas amenazaban con salir de sus lindos ojos al ver la condición de aquellos jóvenes.

Los hombres le soltaron, y ahora fue la anciana misma quien le tomó con cierta cadencia de la cintura y le llevó a través del salón, adentrándose a un gran pasillo lleno de luces neón que hacían el esfuerzo de alumbrar un tanto. Cruzaron una descuidada manta, con agujeros hechos por termitas, y la anciana con una fuerza enorme le sentó en un antiguo y polvoriento sillón.

—Deberías sentirte honrado, Hoseok— susurró con una voz rasposa y decrépita—. ¿Viste a todos esos chicos? Los has mandado a la mierda con tus ojos hermosos y cuerpo de muñeco— ella carcajeó, él tembló—. Te gustará estar aquí.

Y Hoseok soltó una lágrima al ver que, de nuevo, los hombres le tomaron con odio y le llevaron de nuevo.

[ ... ]

Sentado en un cuarto sumamente alumbrado de luz blanca, camillas y pisos limpios de mosaicos, absolutamente solo.

Miró sus manos; pálidas, vacías, perfectas, al igual que sus piernas que ahora eran como las de una muñeca de porcelana, como si fueran unidas en las rodillas con sus muslos, igual de suaves y fríos.

Quiso llorar. Pero su rostro de ahora porcelana no le permitía hacerlo.

Madame Josie's House of Pleasure «vhope»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora