𝙈𝙖𝙙𝙪𝙧𝙖𝙧

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Después de acabar de cortar su barba con una piedra afilada a mano, observó su reflejo en el agua del río. Pensó en lo similar que se veía a su padre, solo que Senkuu poseía cabellos más largos y una menor masa corporal.


Pensó en su imagen. En su cuerpo.


El invierno de este año había sido duro. No logró conseguir una buena reserva de frutas y verduras, y ya era incapaz de tomar por sorpresa a los animales. Estos ya sabían que había un extraño rondando por los bosques de Japón.

Se veía delgado, y eso no le permitía ejercitarse correctamente.

Se asustó al pensar que podría morir y fue inevitable recurrir a sus amigos, entre lágrimas, por un consejo.


Taiju le animó con que se veía genial, Yuzuriha le aconsejó pensar más positivamente, el Mago se burló de su debilidad mental y el Primate más fuerte de la Secundaria le aconsejó mantener una dieta rigurosa.

Vio al último consejo como el mejor camino a tomar, y le agradeció con unas palmadas en la cabeza, aunque no tardó en disculparse. Pensó en la extraña actitud que el Primate posee.

Sentado de esa forma, se ve pacífico pero Senkuu juraría que se trataba de alguien misterioso e intimidante.


Se preguntó si alguna vez lo escuchó hablar, y negó rotundamente. No recordaba.


En verdad, no recordaba mucho de su vida de instituto. Ya tenía 27 años, y eso significaba que hace 10 años que había superado su vida de estudiante. Ya no debía preocuparse en exámenes o apuntes.


Admitió que la vida de adulto era mucho más difícil. Debía pensar constantemente en lo que comería o en cómo cocinaría, o siquiera si hoy mismo podría comer.


Con una simple trampa, logró cazar a un simio pequeño que no dudó en asesinar para poder seguir sobreviviendo. Y mientras cenaba la dura carne, le comentaba a sus amigos la vida que ellos algún día vivirán como adultos.


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𝔼𝕩𝕥𝕣𝕒 𝒐𝒓𝒅𝒊𝒏𝒂𝒓𝒊𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora