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El corazón me duele más día con día
Porque alguien tan frágil como tú
Tiene que pagar por mis pecados
Lo siento.


Un golpe, dos, tres, cuatro golpes, no se detiene, escucho el sonido trágico; lamentos y llanto por parte de mi madre. No puedo hacer nada con mis pequeñas manos, solo puedo esconderme en el armario y rezar para que no me encuentre. Cinco, seis, siete golpes, será mejor que cubra mi boca, pues ahora estoy llorando y no quiero que me escuche. Pierdo la cuenta de los golpes, escondo mi cabeza entre mis piernas, me siento impotente por no poder detener a mi padre.

Los golpes cesan en algún punto de la noche, escucho para mi alivio el sonido de la puerta ser abierta y segundos después ser cerrada. Salgo temblando de mi escondite limpiando mis lágrimas. Camino en dirección al cuarto de mis padres, pero no se encuentra nadie allí. “¿Quizás la sala?”, suplico encontrar a mamá viva, siento que está vez ha sido peor, doy pasos pequeños  inseguro a lo que me encontrare “Si esta” corro a su encuentro.

—¡Mamá, mamá, mamá!- La muevo muy poquito pues no quiero causarle dolor.- Se fue, mamá despierta.- Pero ella no lo hace.

Corro a la habitación, necesito llamar a emergencias para que mamá este bien. Tomo el celular con mis manos temblorosa y marco el número que se me de memoria por si algo malo pasa.

—Mi mamá está inconsciente.—Digo en cuanto me contestan, la policía no tarda en pedir mi dirección y me prometen llegaran lo antes posible, vuelvo a correr porque quiero estar a su lado.

—Todo va a estar bien mamá, lo prometo.—Dejó un beso en si frente, rogando porque todo este bien.

Lo primero que veo es la luz roja característica de una ambulancia, abro la puerta y les guío desesperado porque atiendan a mi madre.

—¿Qué paso pequeño?—Me pregunta el paramédico.

Pero no se que contestar, le tengo miedo a mi padre, me quedo callado pensando en que decir mientras que ellos atienden a mi mamá, preparando la camilla para meterla en la ambulancia e ir al hospital.

—Solo escuche los golpes yo me escondí.— Contesto en un susurro, ellos se apresuran y todos subimos a la ambulancia.

Apenas tengo 8 años y estoy demasiado angustiada por mi madre, odio a mi padre pero sobre todo tengo miedo, miedo a que ella no sobreviva, miedo al futuro tan incierto.

Lloro solo en la sala de espera, no se nada de la situación y eso me da temor. He llamado a la hermana de mi madre espero no tarde, porque podrían llamar a servicio social y todo se pondría más feo.

Hace frío, “¿Qué hora es?”. Algunas enfermeras pasan y me hablan amablemente, una me ha traído un chocolate caliente lo cual agradezco, pues no he comido todo un día. Pasan unos treinta minutos que se me hacen eternos , pero por fin a llegado mi tía.

—¡Mi niño!— Me saluda angustiada, la abrazo en cuanto llega a mi y mis lágrimas vuelven a salir sin control. No logro dar explicaciones , dejo que me consuele y termino dormido, pero tengo pesadillas con lo sucedido. “¿Para qué mentir?, Esto pasa seguido pero nunca había llegado a tal extremo”.

—¿Mamá?— Es lo primero que pregunto al despertar.

—Shhh, ella esta bien. Aún duerme, ¿Quieres ir a mi casa?— Me dice cariñosamente.

— No quiero dejar sola a mamá.—Hago un puchero lo cual hace que ella sonría.

—Ella está en buenas manos, podemos ir y regresar más tarde.— Me Promete.

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