Capítulo 18: Retenidas en el campamento orco (R)

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Volví a armarme de valor, tomé fuerzas y mostré mi faceta más fiera al líder de los orcos. 

—¿De verdad me creéis tan tonta como para tenerlo en mi poder? —esbocé una sonrisa de lado, provocadora.

Los orcos empezaron a mirarse entre sí y una corriente de nerviosismo y susurros empezó a fluir entre nuestro público. Sin embargo, el jefe orco no alteró su rostro. Al contrario, torció el gesto y me miró con dureza. Su mirada era oscura y fría.

—¿Así que sois tan insolente de dirigiros a mí de esta guisa?

—No sois el primero que me lo dice —Le mantuve firme la mirada, retadora. Y era verdad, pocas horas antes Legolas me había llamado de ese modo, aunque de una manera mucho más afectuosa. 

—Y a pesar de las circunstancias, os sigue divirtiendo hacer enfadar al enemigo. Hacen falta agallas, princesa. Enhorabuena, ahora sí que habéis conseguido despertar mi interés —La última parte de sus palabras sonaron muy amenazadoras. Tragué saliva discretamente, y aunque me esforzaba por mantenerme firme, en mis adentros me sentía temblar—. A ver si lo he entendido bien. Viajáis en un grupo de seis individuos, es decir, lleváis una seguridad bastante cuestionable. Si no sois vos la que porta el anillo, y puedo imaginar el motivo, debe ser uno de los tres hombres que os acompañan. La pregunta es... ¿Cuál? 

—El anillo tiene un efecto extraño en quien lo lleva. Empieza a provocar alucinaciones y desvaríos. Es por eso que nunca lo lleva la misma persona mucho tiempo —improvisé.

—¿Quién lo lleva ahora? —insistió el jefe, acercándose peligrosamente a mí y amenazándome con su sola presencia.

No podía señalar a ninguno de mis compañeros, irían a por aquel a quien nombrara. Y mucho menos me negaba a darles la verdad y poner en peligro la vida de Legolas. Me resigné a sufrir las consecuencias de la ira de Azog, todo por mantener su nombre a salvo. 

—¿A estas horas? Ni idea, podría ser cualquiera. Y aunque lo supiera... —miré amenazadoramente al orco y escupí a sus pies— jamás os lo diría. 

El jefe orco rugió encolerizado y me dio un golpe en la sien con su mano engarfiada, derribándome al suelo con una sangrante herida.

—¡Princesa! —gritó Valerie tratando de acudir a mi lado, pero se lo impidieron. 

—¡Encerradlas! —ordenó Azog entonces—. Y registradlas antes, por si están mintiendo —Luego se dirigió a otro de sus oficiales—. Mandad al escuadrón de montaña para que vuelvan a rastrear al grupo. Traédmelo al completo, esta vez no habrá otro error.

Dicho esto, dos orcos nos levantaron a Valerie y a mí y nos llevaron a unas celdas que tenían excavadas en una cueva, con lanzas clavadas meticulosamente para hacer el papel de barrotes e impedir la salida de los prisioneros. Nos arrojaron dentro sin compasión alguna y  después uno de ellos entró para encargarse de registrarnos mientras el otro se dirigía de vuelta al campamento. El orco disfrutaba entre risas mientras palpaba entre mis vestiduras a pesar de mis esfuerzos por alejarlo de mí. Cuando llegó al pecho sentí su lascivia, me olvidé del poco decoro que me quedaba y le propiné una patada en la entrepierna. El orco se retorció de dolor, me maldijo abochornado y salió de la celda, encerrándonos de un portazo.

—¡Os arrepentiréis de esto, princesita! —me amenazó—. Seré yo el que se encargue de cortaros la cabeza.

Dio un golpe brusco a los barrotes y se fue, zanqueando por el dolor provocado por mi patada. 

Valerie se acercó a mí, me ayudó a levantarme y me cogió de ambas manos mientras temblaba sin control. Yo le apreté las manos con más fuerza, tratando de darle seguridad. 

Memorias de la última princesa. 1º Tomo. *REEDICIÓN 10º ANIVERSARIO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora