Capítulo 25: Estrategia de combate (R)

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Observé desolada cómo las murallas de la ciudad comenzaban a arder. Desde el exterior, decenas de catapultas lanzaban cascotes en llamas que provocaban que distintos puntos de la muralla de incendiaran. También se escuchaban los golpes del ariete tras el portón de la ciudad. Como respuesta a la ofensiva, cientos de guardias empezaban a formar por las calles de la ciudad, otros se situaban en las almenas y a lo largo de la muralla, preparando posiciones para la defensa. No alcancé a ver quién era el enemigo tras varios intentos por tratar de distinguirlos escudriñando los ojos en la oscuridad. Chasqué la lengua, impotente, y de mi la vuelta para volver a salir de mis aposentos. 

—¿A dónde os dirigís? —me preguntó mi dama alertada.

—Quiero averiguar quién es el enemigo y estar al tanto de la situación —Y dicho esto crucé la puerta. Valerie me siguió con desgana.

Las luces de las velas del palacio alumbraban un ajetreado pasillo, por el cual corría el servicio de un lado a otro, en pánico. Solo uno supo decirme dónde se hallaba reunido el Senescal con su consejo de guerra.

No conocía la ubicación del salón real, así que tuve que esforzarme por encontrar a alguien que quisiera detenerse unos instantes conmigo a darme las instrucciones precisas. Cuando lo conseguí, me encaminé hacia allí con paso decidido. Abrí los portones sin esperar invitación y dentro encontré al Senescal junto a sus oficiales de confianza, a Gimli, Dastan, Legolas y Danarís. Ella era la única mujer en esa sala hasta que entré yo. 

—Buenas noches, mis señores. ¿Podríais explicarme qué está ocurriendo? —solicité con una controlada calma que me costaba por mantener. 

—Los orcos atacan la ciudad —respondió Dastan—. Han descubierto que nos escondemos aquí y vienen a por nosotros. No cesarán hasta que nos entreguemos.

Los miré alarmada. La situación era peor de lo que esperaba, pues éramos nosotros los causantes indirectos de que la ciudad fuera atacada. 

—Siento ser la causante de tal desdicha a vuestro pueblo, Senescal —me disculpé con la voz agarrotada. 

—Sabe que somos la única esperanza de la Tierra Media, así que va a luchar por nosotros —añadió Danarís.

—¿Entonces no vais a entregarnos a los orcos? —pregunté con cautela.

—Ni mucho menos, alteza. Mi lealtad siempre estará siempre con la corona. Y ahora tengo el honor no solo de contar con la presencia de mi princesa en el castillo, sino también de defenderla. He oído de primera mano la hazaña a la que estáis destinada y no puedo estar más orgulloso de poder contribuir al éxito de vuestra empresa. 

—Os ayudaremos a defender vuestra ciudad —le dije al Senescal con seguridad—. Vuestra lealtad no será en vano. 

—Agradezco vuestro ofrecimiento, princesa. Pero el príncipe Legolas se os ha adelantado. Ya hemos empezado a plantear la defensa de la ciudad entre todos.

Le sonreí al príncipe con cariño y después asentí, complacida por la situación.

—Se lo debemos —confirmó Legolas—. Limpiaremos esta ciudad de orcos antes de marcharnos.

—¡Pero es muy peligroso! —intervino esta vez Valerie. Todos la miramos y ella se sintió achantada, pero no calló—. Ya visteis lo que ocurrió en el campamento, la crueldad de esas criaturas. ¡Ahora son más! 

—La princesa Tamina y vos no vais a intervenir —dijo Legolas—. Os quedaréis en los sótanos del castillo junto al resto de mujeres y niños. 

—¡Pero yo puedo luchar! —grité enfadada.

Memorias de la última princesa. 1º Tomo. *REEDICIÓN 10º ANIVERSARIO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora