Capítulo 23: Historia de una enemistad (R)

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"Me temo que ahora sois vos la que os burláis de mí." Alzaba una ceja, esbozaba una media sonrisa y aceptaba su derrota.

"Lanzad." Ese susurro a mi oído, después de haber tomado mi mano para alzarla y apuntar con certeza a la diana. 

"Conocí a una princesa que me insistió en que conociera antes de juzgar." El momento en que le reconoció que ella tenía razón, que le había convencido. No puedo describir mayor satisfacción. 

"Veo que estáis bien informada." Se llevaba la jarra a los labios, disimulaba su sonrojo. ¿Qué quiso disimular? 

"Me basta con poder seguir disfrutando de vuestra compañía." Sus manos acariciaban las mías mientras me sonreía con las estrellas. Nunca había presenciado algo más hermoso. El abrazo que vino aún me despierta escalofríos.

"Debéis recomponeros, princesa. ¿O queréis que piensen que os he hecho pasar la peor noche de vuestra vida?" Todo lo contrario. No recuerdo noche mejor. 

"Vais a poneros bien, no temáis." Volvió con nitidez su rostro preocupado al verme inconsciente la noche de loëndë. Y también vi su rostro escondiendo la satisfacción de revelarme que fue él ayer por la noche. 

Escuché que se corrían las cortina y un chorro de luz atronadora atravesaba toda la estancia, deslumbrando mis sueños y haciéndome despertar.

—Buenos días, princesa. 

 La luz me cegó como nunca antes. ¿Qué le pasaba a mis ojos? Los cerré con fuerza y me los cubrí con el brazo. Aunque eso no fue lo único anómalo aquella mañana. La cabeza me martilleaba, el sonido de la cortina, los pasos de quien fuera, su voz... todo me resultaba insoportable. 

—Creo que lo pasasteis muy bien anoche —continuó ante mi silencio—. Y en excelente compañía.

—¿Podríais hablar más bajito, por favor? —supliqué, volviéndome en la cama y tapándome la cabeza con la almohada, en busca de silencio y oscuridad.

—Tengo un remedio para vuestro malestar —dijo entonces. Escuché que se alejaba y empezaba a trajinar con utensilios.

Pude atinar a saber que se trataba de Danarís. La elfa debía estar preparando alguno de sus milagrosos remedios y no sabía lo mucho que se lo agradecía. 

Volví a cerrar los ojos, me pesaban, al igual que todo mi cuerpo. Ya no podía dormir, así que en lugar de intentarlo, recordé que había estado soñando todo lo acontecido en mi velada con el príncipe Legolas y sonreí como una boba, suerte que estaba escondida bajo la almohada.

—Listo —volví a escuchar sus pasos, como si se tratasen de los de un trol por la fuerza con que retumbaban en mis oídos. 

Sentí que se sentaba a mi lado y me vi obligada a soltar la almohada y forzar mis ojos a abrirse. Parecía como si un foco estuviera apuntándome directamente de la ceguera que sentía. A duras penas traté de sentarme en la cama, pero todo me daba vueltas y no atinaba a coordinar mis movimientos.

—Bebed —Me ofreció Danarís un vaso con una infusión en su interior—. Os sentará bien. 

Cuando por fin habitué mis ojos a la claridad, tomé la taza y la llevé a mis labios. Estaba sumamente ácida y arrugué mi rostro tanto como pude, con disgusto. La Gran Dama elfa empezó a reír.

—Un pequeño precio a pagar por las consecuencias de anoche. 

—¿Qué consecuencias?

—¿Nunca antes habíais estado ebria, princesa? —me preguntó con suma ternura—. Os aquejáis algunos de sus síntomas. 

Memorias de la última princesa. 1º Tomo. *REEDICIÓN 10º ANIVERSARIO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora