Capítulo 33: Verdades a medias (R)

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Conseguimos bajar el escarpado acantilado con ayuda y los consejos de Gimli. La noche había dejado paso a la madrugada y todas las casitas del pueblo ya estaban apagadas. Parecía como si allí no viviera nadie. Soplaba un aire frío entre las calles, que hacía que se levantaran olores a pescado. Se trataría seguramente de la mercancía obtenida durante el día que no había sido vendida o consumida. Encontramos entonces un pequeño establecimiento alejado en una esquina, que poseía puerto propio, y el viento hacía que la puerta se abriera y se cerrara sola. Era el único que poseía una antorcha encendida, así que decidimos probar suerte. En el cartel de la entrada podía leerse posada, y posiblemente estaría abierto a viajeros extraviados como nosotros.

Dastan fue el que entró, los demás esperamos fuera. Valerie y yo estábamos agarradas del brazo para darnos calor en medio de aquella brisa helada que azotaba las callecitas del pueblo. No éramos las únicas que pasábamos frío, todos los demás intentaban mantenerse en calor de alguna forma, ya sea con moviéndose de un lado a otro o frotándose las manos o los brazos. 

—No hay alojamiento disponible —la voz de Dastan rompió el silencio imperante—. Aunque nos dejan pasar la noche en los establos. 

—Mejor que nada —dijo Danarís.

—Adiós a mi deseo de pasar la noche en un mullido colchón —protestó Gimli.

—No te quejes. Tampoco hace tanto desde la última vez —le replicó Legolas divertido—. ¿O es que os habéis vuelto más delicado de repente?

—¡Ni se os ocurra insinuar tal cosa, principito! —gritó Gimli agitando el puño, enervado.

Legolas rio, aquello me reconfortó por dentro. Luego el príncipe lo mandó callar con el dedo.

—O guardáis silencio o despertaréis a toda esta gente. No seas descortés —dijo en un susurro. 

Gimli gruñó y entró en los establos con el orgullo herido. Todos lo hicieron tras él, pero Legolas me tomó del brazo para detenerme e impedir que lo hiciera. 

—¿Podemos hablar? —me preguntó entonces. Sentí que las piernas me temblaban, no estaba preparada para afrontar aquella conversación. Sin embargo, no encontré ninguna excusa convincente para negarme.

—Claro —dije brevemente.

—Princesa Tamina —me llamó Dastan desde la entrada del establo.

—Ahora vamos, es solo un momento —Nos excusé. 

Legolas y yo nos alejamos un poco de la posada. Caminábamos entre las tablillas del puerto y nuestras sombras se reflejaban sobre la superficie del agua a la luz de la luna. Legolas tenía sus manos agarradas tras la espalda y la cabeza gacha. Supuse que trataba de poner en orden sus ideas antes de tomar la palabra. 

—Estamos llegando al final de nuestra misión —comenzó él—. Es momento de que os dé algo que es vuestro.

Legolas llevó su mano al bolsillo interior de su jubón y sacó la cadena de la que pendía el anillo de poder. Lo observó un momento a la altura de sus ojos, y después lo colocó alrededor de mi cuello.

—A partir de ahora, es vuestra responsabilidad —me dijo suavemente, contemplando aquel endiablado artefacto lucir en el centro de mi pecho—. Ha pasado la peor parte. Confío en que sabréis como mantenerlo a salvo y cumplir con vuestro cometido.

Al fin me lo había cedido. ¿Significaba aquello que la confianza de Legolas en mí era ahora plena y absoluta? ¿Consideraba que estaba preparada, que podía ponerle fin a su existencia y evitar caer en su magia oscura?. Sentí un nudo en la garganta, aquel gesto me había cogido por sorpresa. Puede que eso fuese lo que terminó derribando las pocas defensas que me quedaban. 

Memorias de la última princesa. 1º Tomo. *REEDICIÓN 10º ANIVERSARIO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora